La Navidad es más que una fecha importante del calendario litúrgico cristiano. Se trata de una celebración mundial en la cual participan, incluso, quienes no profesan esa religión o ninguna otra, pero realizan una festividad de tipo social y, en especial, familiar.

Para la académica de la Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán, María del Carmen Eugenia Reyes Ruiz, se trata de una fecha interesante desde el punto de vista histórico y etnográfico “porque refleja muchas costumbres y tradiciones; es un muestrario de lo que han sido las comunidades humanas a lo largo de muchos siglos”.

Independientemente de lo que creamos o no, es un tiempo de celebración y nos recuerda que, sin importar en cuál momento de la historia nos ha tocado vivir, al fin de cuentas somos seres humanos; en esta fecha la humanidad se manifiesta de manera atractiva e interesante. “Veremos si este 2021 nos da la posibilidad de reencontrarnos con nuestros seres queridos, luego de que la pandemia nos hizo alejarnos en 2020”, afirma.

El sentido original de la Navidad, opina la experta, no ha cambiado: se recuerda el nacimiento de Jesús que, para la gente compenetrada con su religiosidad, representa la llegada al mundo de la esperanza, el advenimiento del reino de Dios en la tierra, y para quienes no creen en Cristo, “es una fiesta a todo dar”.

El cumpleaños de Jesucristo no siempre se celebró, ni se hizo en la misma fecha. La iglesia cristiana originaria, la de los dos primeros siglos, no estaba de acuerdo con celebrar la natividad, mucho menos considerarla una fecha importante como la Pascua de Resurrección, recuerda.

Consideraban la celebración del nacimiento de las personas como algo propio de paganos (que adoran a dioses “falsos”). Por eso la festividad se demoró siglos: “la referencia más antigua de una comunidad cristiana que celebra el nacimiento de Cristo la encontramos hacia el año 200, en Alejandría”.

Al abundar, la académica en la carrera de Historia señala que ni la Biblia ni ningún documento cristiano consigna la fecha exacta de su nacimiento. “Es difícil que haya sido el 25 de diciembre, porque los pastores que lo fueron a adorar y sus ovejas se hubieran congelado durmiendo al aire libre a las temperaturas bajo cero de fin de año”.

El establecimiento de esa fecha fue parte del sincretismo; “en lugar de pelear con tradiciones, costumbres y celebraciones de arraigo en las poblaciones a las cuales fue llegando, el cristianismo las hizo suyas y les dio un nuevo sentido”, refiere Reyes Ruiz.

Fue el caso de la celebración del solsticio de invierno (ente el 23 y 26 de diciembre) en numerosas culturas precristianas; invariablemente tiene origen en los calendarios agrícolas. Era la noche más larga en el hemisferio norte y se consideraba el momento de mayor peligro del año, cuando era posible que la oscuridad se quedara de forma permanente, por lo que el amanecer significaba el triunfo del Sol, de la luz y la promesa del regreso de la primavera y el tiempo de volver a sembrar y cosechar.

En la antigua Roma, relata la historiadora, en esas fechas encontramos fiestas importantes del calendario ritual; la más extendida era la de los Saturnales o Saturnalia, que duraba tres o cuatro días en torno al solsticio de invierno y consistía en eventos especiales que resultan de actualidad: eran momentos de descanso, se visitaba a los familiares y se entregaban obsequios.

El intercambio era normal y se veía que alguien llegara sin regalos. Además, los anfitriones recibían a los visitantes con alimentos y vinos más finos de los acostumbrados. Y no sólo eso, era la época en que se liberaba a los esclavos, en que todos se consideraban iguales, de hermandad.

Hasta el año 325 -cuando surge el cristianismo católico, unificado, universal, luego de que el emperador romano Constantino convocó al Concilio de Nicea- se estableció como fiesta litúrgica la Navidad y la Epifanía (adoración de los Reyes), entre el 25 de diciembre y el 6 de enero. Ahí por primera vez hubo coincidencia entre el nacimiento de Cristo y el solsticio de invierno.

Luego, en el año 350 el Papa Julio I propuso la fecha que se conmemora hasta la actualidad “y de paso desplazar a la Saturnalia, que se seguía celebrando”. Se atribuye al Papa Liberio establecer, oficialmente, la festividad en el año 354.

La primera referencia de un banquete navideño dentro del ámbito cristiano fue en el 379, en Constantinopla. “Los ritos poco se han modificado; en el caso de los creyentes, el principal es asistir a la celebración eucarística o misa, que en muchos lugares se hace a la medianoche y se complementa con una reunión familiar; y una celebración especial para los no-creyentes. El intercambio de regalos permanece desde hace más de dos milenios”, subraya.

Doble fervor

El año pasado, rememora, debido a la emergencia sanitaria, la mayoría de las familias no pudieron reunirse o lo hicieron a distancia. En 2021 muchos están pensando qué hacer para recuperar la convivencia de la manera más sana posible. “La gente quiere reencontrarse”. Es necesario mantener las medidas de prevención como uso de cubrebocas, sana distancia y evitar espacios cerrados.

Carmen Eugenia Reyes menciona que esta pandemia es una más en la historia. Hace poco más de 100 años (1918-1920) durante la llamada gripe española las actividades no se detuvieron, por lo que podría pensarse que las festividades navideñas se llevaron a cabo con doble fervor.

De acuerdo con la universitaria, cuando se presentó la peste negra en el siglo XIV en Europa y Asia (la más mortífera hasta ahora, ya que causó aproximadamente 200 millones de fallecimientos), se consideraba que era un castigo de Dios y se hablaba del inicio del Apocalipsis; entre la comunidad cristiana se renovaron las devociones, hubo más misas, celebraciones y peregrinaciones, lo que ocasionó que más gente se contagiara y muriera.

Los templos se llenaban para pedir que se detuviera la enfermedad. Se incrementó la religiosidad y las festividades se llevaron a cabo con mayor entusiasmo. La idea actual del aislamiento, de disminuir el contacto social, es tal vez la primera vez que se vive como colectividad humana, añade la académica de la FES Acatlán.

Aportaciones mexicanas

Antes de la llegada de los españoles al altiplano de nuestro territorio, en el imperio mexica había un festejo importante que conmemoraba el nacimiento del dios Sol, Huitzilopochtli: Panquetzaliztli o fiesta de las 100 banderas, también en diciembre.

Cuando se realiza el proceso de la Conquista y, de manera paralela la evangelización, se recurrió a elementos didácticos, visuales y festivos para lograr que la gente entrara a los templos que antes estuvieron reservados para sacerdotes y gobernantes. Las capillas abiertas se convirtieron en centros de enseñanza.

La mejor manera de mostrar la nueva religión fue a través de cantos y explicaciones sencillas, lo que dio como resultado una de las aportaciones “más bonitas de México a las festividades navideñas: las posadas”, expone.

De acuerdo con el semanario católico Desde la fe, las inventaron los agustinos. “Uno de los lugares en donde se establecieron estos misioneros fue el pequeño pueblo de San Agustín Acolman, situado a unos kilómetros al noroeste de la Ciudad de México, camino a las pirámides de Teotihuacan. En ese lugar se originó la práctica de las Posadas navideñas a finales del siglo XVI”.

En 1587, fray Diego de Soria, superior del convento de San Agustín de Acolman, obtuvo del Papa Sixto V un permiso que autorizaba la celebración en la Nueva España de una de las Misas llamadas de “aguinaldo”, del 16 al 24 de diciembre, y que se llevaban a cabo en los atrios de las iglesias. En las misas se intercalaban pasajes y escenas de la Navidad.

Otra aportación es la nochebuena, planta que crece desde lo que fue Mesoamérica y hasta el norte de Sudamérica, la cual en la actualidad se encuentra en cualquier lugar; se trata de la cuarta flor de maceta más vendida en el mundo. Su dispersión en el orbe se dio por Joel Roberts Poinsett, primer embajador estadounidense en México; en su honor, en EU y Europa, se le conoce como Poinsettia.

También se encuentra el guajolote o pavo, nombre con el que se popularizó, fue muy común en las cortes europeas del siglo XVII. Esa carne exótica se servía en el banquete más importante del año.

Posteriormente esa tradición llegó con los colonizadores ingleses a las 13 colonias americanas, y fue a partir de 1940 cuando en la frontera norte de México comenzó a aparecer en las mesas mexicanas para esta celebración. “El guajolote, que se había ido a Europa, regresó vía Estados Unidos con nuevo nombre, estilo y concepto”.

Empero, en las distintas regiones del país podemos encontrar platos tradicionales locales muy diversos, por lo que difícilmente se podría decir que sea de consumo general, finaliza Reyes Ruiz.  

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