¡Que sobreViva México!

Ya no me sorprende la reacción de muchos mexicanos cuando de “celebrar” algún evento se trata, sobre todo porque la mayoría parece no tener memoria y, si la tiene, opta por evadirse de la realidad y entregarse, aparentemente, a la situación que se vive en determinado momento y quedarse envuelto en una especie de cortina de humo como si con ello infinidad de cosas quedaran resueltas.

El pasado 15 de septiembre, día en que supuestamente se celebra la Independencia de México, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, al igual que sus antecesores, tuvo a bien (yo diría que a mal) dar el grito desde uno de los balcones de Palacio Nacional ante la presencia de miles de personas que se arremolinaron en el Zócalo para hacerle coro cada vez que pronunciaba un ¡viva! Más que un acto patriótico es una muestra de la egolatría del presidente en turno, que cree que México eso se merece, cuando por más que se intente, no se puede ocultar la situación actual de una nación que sexenio tras sexenio va en franca decadencia, salvo los que pertenecen a ese selecto grupo del poder que queriendo o no, se prestan, como buenos saltimbanquis, para vitorear a su líder máximo, como siempre ha sido, y que se benefician con las bondades del sexenio a cambio de su obediencia ciega.

¿Independencia? ¿De qué o de quiénes? Cuando nos hemos hecho más dependientes a un sin número de conductas, aparatos y situaciones que nos ponen entre la espada y la pared y cuya solución inmediata es fluir con la corriente esperando que al día siguiente el destino, la suerte, las acciones propias o una fuerza divina, nos encaucen por lo que creemos que es el buen camino.

Dirían mis ancestros que somos hijos de la mala vida al repetir los mismos errores y creer que con un giro inesperado o nada calculado llegaremos a buen puerto. ¿A quién, en su sano juicio, se le ocurre pensar que se debe festejar algo que está cada vez más lejos de la realidad? ¿Por tradición, por costumbre o por lucimiento personal? La virtud de razonar se ve afectada y provoca infinidad de locuras y prejuicios sobre los cuales nos movemos todos los días. En apariencia nos sostienen tradiciones que sirven como distracciones y que ya nada tienen que ver con la realidad, tal es el caso del Desfile del 16 de Septiembre al que se va más por acarreo que por voluntad propia, al que se le mira con indiferencia, pero se le aplaude porque nos dicen que debemos aplaudirle. ¿Qué puede ser más fuerte que la tradición arraigada y considerada como dogma de fe ante un México que se sigue desmoronando y que quieren sostener con acontecimientos que ya nada tienen que ver con lo que vivimos hoy?

Bien lo cita Ranyard West en su libro Psicología y Orden Mundial: “Son muchos los medios por los cuales la mente humana puede esquivar los hechos (…) Los hombres y las mujeres necesitan tener elevada opinión de sí mismos. Y con el fin de alcanzar este objetivo es preciso que nos disimulemos de mil modos distintos la realidad de los hechos. Negamos, olvidamos y justificamos nuestras propias faltas y exageramos las faltas ajenas”; sin embargo, cualquier persona con sentido común podría advertir la falsa lógica y la absoluta veracidad en un entorno ilusamente patriótico como el mentado grito de independencia.

Por eso se dice que la ignorancia y la ineficacia duelen, aunque rara vez le duelen al ignorante y al ineficaz. De ahí que David Hume sostenía que “todo nuestro pensamiento se basa en la costumbre y en la experiencia”, pero parece ser que no tenemos noción de lo que es causa y efecto, sino de algunos efectos que han ocurrido siempre juntos porque nos los han hecho ver así, a fuerza de la costumbre que no admite objeción. Generalmente, prevalece la costumbre sobre la experiencia, porque esta última pareciera que está de adorno para más de uno, al darnos cuenta que repetimos los mismos errores, nos tropezamos con la misma piedra pese a experiencias previas suscitadas con dicha piedra.

Se pretende con el Grito y el Desfile proporcionarnos un sentido de identidad y pertenencia, pero una vez pasado el acto se olvidan y difícilmente quedan arraigados en uno. Las tradiciones pueden ayudar a las personas a sentirse conectadas con su pasado y con su cultura para que se desconecten del acontecer diario y piensen en todo menos en lo esencialmente primario, al organizar su razonamiento y la forma en que emplean sus sentidos justo en el acto de percepción.

¿Qué ¡VIVA MÉXICO!? ¡Para nada! Si bien nos va y en un acto extremadamente honesto, tendríamos que decir: ¡Qué sobreVIVA México!

Nos leemos la próxima semana.

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