*El decreciente valor de la televisión
Los programas actuales están afectando (como lo han hecho durante décadas) a muchísima gente en la actual era de la información y la abundancia de contenido digital porque la televisión sigue siendo un medio dominante en muchos hogares.
Sin embargo, en un tiempo donde la oferta televisiva es más variada que nunca, es alarmante cómo ciertos programas han caído en un vacío de superficialidad, banalidad e indecencia, influyendo de manera negativa a su audiencia, especialmente a niños y jóvenes.
El contenido televisivo actual está plagado de una mezcla de reality shows exagerados, series de bajo presupuesto y programas de entretenimiento que priorizan el impacto inmediato sobre el valor educativo o cultural.
Las propuestas se centran en escándalos, drama artificial y una constante búsqueda de lo más sensacionalista. Esta tendencia ha llevado a una programación que no solo carece de sustancia, sino que también contribuye a la creación de un entorno cultural empobrecido.
Los niños y adolescentes son especialmente vulnerables a los efectos de una televisión de baja calidad. La exposición constante a programas que glorifican comportamientos negativos, promueven estereotipos dañinos y modelan valores superficiales puede tener consecuencias perjudiciales en su crecimiento emocional.
Los jóvenes que consumen este tipo de contenido pueden desarrollar una visión distorsionada de la realidad, donde el conflicto y el drama parecen ser la norma, y la empatía y el pensamiento crítico se vuelven secundarios pues pareciera que su único objetivo es distorsionar la realidad.
Los reality shows y los dramas televisivos a menudo presentan una visión exagerada de la vida misma. Los adolescentes, en especial, pueden tener dificultades para distinguir entre la ficción y la realidad, lo que puede llevar a expectativas poco realistas sobre la vida, las relaciones y el éxito.
No es de sorprender que se está gestando una influencia negativa en el comportamiento del televidente debido a todos aquellos programas que glorifican el comportamiento disruptivo, la agresión y el consumo de sustancias que indudablemente inciden negativamente en los jóvenes, haciendo que estos comportamientos parezcan normales o deseables.
Los estudios han demostrado que la exposición a comportamientos agresivos en los medios puede aumentar la probabilidad de que los jóvenes imiten estos comportamientos en su propia vida, tal como lo estamos viendo en las redes sociales que muestran, por montones, a personas adoptando conductas absurdas para ganar notoriedad, seguidores, fama o como le quiera usted llamar.
Con lo anterior, se demuestra que cada día es más notoria la reducción de la capacidad crítica de los individuos porque no es necesario practicarla debido a que la programación es superficial y a menudo carece de profundidad y fomenta la pasividad. Esto puede reducir la capacidad de los jóvenes para analizar y cuestionar el contenido que consumen, llevando a una disminución de la capacidad crítica y el pensamiento independiente.
¿En dónde están los padres y los educadores? Sobre todo los primeros, frente a esta situación, donde su papel se vuelve crucial. Tienen la obligación de fomentar una actitud crítica hacia los medios y buscar alternativas de entretenimiento que sean educativas y enriquecedoras para contrarrestar los efectos negativos de la televisión actual, como por ejemplo promover contenido educativo, optando por programas que fomenten el aprendizaje, la empatía, la curiosidad, el ansia de saber y aprender.
Existen numerosos documentales, series educativas y programas culturales que pueden ofrecer una experiencia televisiva más enriquecedora.
Los educadores, desde su trinchera, pueden fomentar el pensamiento crítico animando a los jóvenes a cuestionar y analizar el contenido que consumen mediante discusiones sobre los temas presentados en los programas y cómo se representan, eso ayudaría a desarrollar una visión más crítica y consciente.
Siendo más drásticos deberían limitar el tiempo de pantalla, ya se de televisión o de celular. Para ello, urge establecer límites claros en cuanto al tiempo que los niños y adolescentes pasan frente a la televisión. Promover actividades al aire libre, la lectura y otros pasatiempos puede ayudar a equilibrar el impacto de la televisión.
Enamorándonos, La casa de los famosos, Acércate a Rocío, Me caigo de risa, Tal para cual, La Academia e infinidad de programas que actualmente transmiten por la televisión, no tienen pies ni cabeza y son utilizados, indirectamente por las grandes cadenas televisivas como medio potencial para educar e inspirar, pero el contenido se queda corto en este aspecto.
La banalización y la superficialidad predominantes en muchos programas actuales no solo son patéticas en términos de calidad, sino que también representan una amenaza para el desarrollo saludable de los jóvenes.
Es responsabilidad de todos nosotros, desde los creadores de contenido hasta los consumidores, buscar y apoyar una programación que enriquezca y eduque en lugar de degradar y desinformar.
Hasta la próxima.