Por Ileana Almeida
En algunos medios se ha vuelto habitual referirse a los indígenas como culpables principales de los desórdenes del pasado octubre, de la instigación a la violencia, del vandalismo, del secuestro de periodistas, del irrespeto a las autoridades, de las agresiones a los uniformados, de la inobservancia de los derechos humanos, de violación, de sedición.
La realidad está matizada por testimonios reveladores de otras circunstancias, como las de un grupo de Cotopaxi que tomaba fotos con sus celulares en un parque alejado de los hechos dramáticos y las hogueras. Les preguntamos por qué no estaban en la Casa de la Cultura y respondieron: – “El Moreno ya se cayó por subir el precio de diésel y la gasolina”.
Contaron que unos jóvenes mishu habrían llegado a su comunidad para repartirles banderas tricolores y ni una sola wiphala, su bandera ancestral. Que les aseguraron que no iban a pagar nada por el transporte, ni por la comida y que tendrían donde dormir. Que era la primera vez que estaban en Quito. Que “el Correa no es mashi, que se ha tomado nomás la palabra nuestra”. Y, entre risas, que “buscaban a un viejito perdido en el tumulto, y que apenas apareciera regresarían a la comunidad porque debían recoger morriñosa”.
El Estado ecuatoriano es incompetente y pequeño para proteger los territorios indígenas, siempre excluidos y periféricos. Grandes y medianas empresas transnacionales y nacionales se apropian de sus campos y selvas. Enormes extensiones han sido concesionadas a petroleras chinas, europeas y norteamericanas, así como a mineras australianas, canadienses, chinas, británicas. También las compañías nacionales llevan su parte: Pronaca, por ejemplo, contamina sin más los ríos de las comarcas tsáchila; hay madereras entre los chachis.
Existen cientos de comunidades que no disponen de energía eléctrica, combustibles, agua potable y otros servicios básicos. La información que tienen gira alrededor de lo vivido y las tradiciones; las noticias de la actualidad llegan tarde, mal o nunca y “filtrados”, por su cultura. La explotación agrícola a gran escala atenta contra la biodiversidad y el cuidado ambiental.
Los niveles de educación escolar son mínimos. Las expectativas de salud y vida, muy bajas. ¿Se arreglan tan penosos indicadores con visitas circunstanciales de brigadas que llevan nombres de boleros? No. Las comunidades sobreviven porque han conseguido mantener una organización coherente y propia.
¿Que hubo indígenas en los actos violentos? Nadie lo niega. Es posible que los más jóvenes se contagiaran de la fiebre de “arrasar con todo”. ¿Que los dirigentes de la Conaie no fueron cautos ni prudentes? No, no lo fueron. Quizás porque son novatos en la política.
Mucho se puede argumentar y replicar al respecto, pero nada puede justificar que se estimule el racismo y la exclusión que han dañado tanto a los ecuatorianos.