En México, la población mexicana ha pasado de ser 98.2% católica en la década de 1950 a 82.7% católica en 2010; es decir, casi 93 millones de mexicanos aún profesan esta religión. Entre las religiones emergentes que registran tasas elevadas de nuevos creyentes están el conjunto de denominaciones cristianas o evangélicos (protestantes y pentecostales), cristianos bíblicos (que agrupan a testigos, mormones y adventistas), seguido de religiones judaicas, islámicas y población sin religión.

Son los Testigos de Jehová el grupo de creyentes más importante después del catolicismo, con 1.5 millones de practicantes, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Creencias y Prácticas Religiosas en México 2016, la referencia más reciente sobre el tema.

 “Ante este panorama de creciente diversidad religiosa en el país hay que fomentar los valores pluralistas”, indicó Ángela Renée de la Torre Castellanos, del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas) unidad Occidente y coautora de la encuesta.

Entre los valores que la doctora en ciencias sociales considera que hay que promover está la tolerancia al otro, porque personas practicantes de una religión ajena a la propia son también ciudadanos, es su derecho profesar otra religión y ahí el Estado cumple un papel fundamental: garantizar la laicidad de todos los asuntos públicos que le competen como son salud, educación, etcétera. Por ejemplo, si el secretario de Salud fuera un testigo de Jehová podría, desde su cargo, intentar prohibir las transfusiones de sangre, y esto no debería de ocurrir porque no pueden mezclarse las creencias personales con los asuntos de Estado.

 “México logró una de las constituciones más laicas del mundo e incluso fue pionero antes que Francia. Esta conquista de la nación moderna es muy importante y creo que el cambio religioso, por un lado, nos hace valorar más el hecho de tener un Estado laico y, por tanto, defenderlo, porque para que haya diversidad religiosa se necesita un Estado neutral que no dé privilegios a una sola religión, un Estado que medie las soluciones y conflictos entre esa diversidad”, destacó la investigadora.

El cambio religioso en nuestro país se presenta principalmente entre la población de los estados fronterizos, en el norte: Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas; y al sur, Yucatán, Quintana Roo, Campeche, Chiapas y Tabasco. “Chiapas es la entidad donde ha descendido más aceleradamente el catolicismo; 60% de la población es católica y hay un gran crecimiento de nuevas iglesias de tipo evangélicas y pentecostales”, indicó De la Torre Castellanos.

Aunado a que en México las tradiciones católicas se viven como parte del patrimonio de los mexicanos, en el contexto de la Semana Santa —que en el presente año se celebra del 14 al 21 de abril del presente año— el gobierno ha establecido vacaciones como parte de una festividad católica en la que se conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, y los practicantes católicos realizan una serie de actividades litúrgicas.

 “En las escuelas públicas y privadas y en los pueblos, por ejemplo, donde las fiestas religiosas son ocasión de encuentro para los católicos, que siguen siendo mayoría, también son una forma de exclusión o tensión con dichas minorías religiosas. Esto crea nuevos dilemas y nuevas tensiones”, dijo de la Torre Castellanos en entrevista para la Academia Mexicana de Ciencias.

Estas tensiones, añadió la científica social, han estado principalmente en las comunidades indígenas. Temas como la tierra comunal estaban tradicionalmente ligadas al cumplimiento con la fiesta religiosa, y entre ellas, la conmemoración de Semana Santa y como la conmemoración está ligada con imágenes, la mayoría de los protestantes lo rechazan porque lo ven como un acto de idolatría, sobre todo en México y en especial en ambientes indígenas, está relacionado también con la bebida de alcohol, una práctica rechazada y mal vista en estas iglesias nuevas.

Hay nuevas fronteras de inscripción de la comunidad pues las religiones emergentes también representan teatralmente el viacrucis, pero no al grado de hacerlo un espectáculo de masas mediatizado como ocurre en Iztapalapa, donde se recrea con actores la pasión de Jesucristo. Las nuevas iglesias protestantes, en cambio, realizan alabanzas, cantos, lectura de la Biblia y una teatralidad en pequeño.

En las escuelas se han adoptado tradiciones como patrimonio e identidad, como el Día de Muertos, una práctica sincrética entre la religión católica y las creencias de los pueblos indígenas, en la que los niños participan montando los altares con calaveras y papel picado, llevando disfraz, etcétera, pero para muchas religiones este rito está prohibido. La antropóloga consideró que tiene que haber un trabajo de sensibilización hacia las autoridades escolares para que el alumno no sea sancionado por no participar.

La investigadora del Ciesas Occidente puntualizó que este nuevo panorama orillará a separar tradiciones, incorporadas a la cultura mexicana, de las prácticas religiosas, “en México fueron más de 500 años de monopolio católico que impregnaba todo nuestro patrimonio cultural y tradición, pero ya no es así”.

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