El hartazgo del pueblo mexicano por la impunidad y corrupción que se anidó en los tres niveles de gobierno y poder Legislativo a través de sexenios se consumó este domingo y por apabullante mayoría, el candidato que buscó la Presidencia de la República en el año 2006 y en el 2012, Andrés Manuel López Obrador, por fin la ganó con claridad este 2018.
Fue un proceso perfectamente orquestado desde hace cuatro meses, en el que también participaron las empresas encuestadoras reconocidas por el Instituto Nacional Electoral, con el propósito de construir el escenario que permitiera a México demostrar al mundo que ya es un país democrático y que está decidido a desaparecer, de una vez por todas, la etiqueta de dictadura perfecta que durante muchos años manejó a su antojo las elecciones.
Esto, sumado a los millones de jóvenes que en esta ocasión tuvieron su primera oportunidad de sufragar, contribuyó a que las elecciones de este año pasen a la historia como las más nutridas.
Pero también se debe tomar en cuenta, entiéndase bien, que este nuevo sector juvenil de México, lo mismo que aquellos adultos que ya podían votar y que se abstuvieron de hacerlo en las dos elecciones presidenciales pasadas, dejan hoy el mensaje en las urnas que, de aquí en adelante, no permitirán más gobiernos saqueadores, corruptos e impunes, pero mucho menos que siga esa brutalidad de que cada sexenio México produzca nuevas familias multimillonarias que salen del gobierno a vivir, por generaciones, de todo lo que se llevaron del erario o de la comercialización de las concesiones o contratos para obra pública que también son propiedad del pueblo y que otorgan ilegalmente a empresarios corruptos.
Sí, López Obrador ganó de forma contundente e inapelable, ahora, a cumplir, porque de no hacerlo, más pronto de lo imaginable inyectará también al pueblo mexicano aquella frase que dice: más vale malo por conocido, que bueno por conocer.
Que quede para la reflexión.