*La virgen que forjo una patria
El 12 de diciembre es fiesta nacional en todo México; una efeméride que, vista con objetividad, supera a las Fiestas Patrias de Septiembre, mes en que se conmemora la Independencia Nacional.
El 12 de diciembre, día grande entre los grandes, es la fecha en que todos los mexicanos festejamos a nuestra Reina y Madre: Santa María de Guadalupe.
Fue un 12 de diciembre de 1531 (muy pronto se cumplirá medio milenio) el día en que culminaron las Apariciones del Tepeyac al estamparse la Sagrada Imagen de la Madre de Dios en la tilma del humilde San Juan Diego.
Pues bien, a partir de aquel 12 de diciembre de 1531 empezó a forjarse la Nación Mexicana.
Apenas diez años antes, el extremeño Hernán Cortés había logrado someter al poderoso imperio azteca.
Una de las primeras medidas tomadas por el Conquistador fue pedirle al Emperador Carlos V que enviase misioneros a estas tierras.
El primer grupo de misioneros llegó el 13 de mayo de 1524 bajo las órdenes de Fray Martín de Valencia.
Aquellos humildes franciscanos -santos en toda la extensión de la palabra- empezaron a predicar el Evangelio.
Detrás de ellos, en 1526, vendría un pequeño grupo de frailes dominicos.
Incansable fue la labor de los primeros misioneros; sin embargo todos sus esfuerzos parecían destinados al fracaso debido a que entre los vencidos indígenas aún quedaban huellas de la derrota sufrida; huellas que les impedían abrirse a la Palabra de Dios que les traían aquellos santos varones.
El caso es que entre aquellos misioneros empezó a cundir el desánimo. Daba la impresión de que estaban arando en el mar.
Padecieron el mismo desánimo que, quince siglos antes, había padecido el Apóstol Santiago al ver cómo los rudos iberos de la Hispania romana se mostraban reacios a escuchar el mensaje evangélico.
Mas aquel problema se resolvió de un modo inesperado: A orillas de río Ebro y sobre un pilar la Virgen se apareció a Santiago infundiéndole ánimos.
El Apóstol cobró un vigor inusitado. Predicó el Evangelio con tal vehemencia que muy pronto -contando con la ayuda poderosa de la Reina del Cielo- las conversiones se dieron por millares.
Y fue así como -gracias a Santiago y a la Virgen del Pilar- la Hispania pagana se transformó en una Hispania cristiana.
Ante el desánimo sufrido por los misioneros, de repente ocurrió lo inesperado: La Virgen se apareció a uno de los de la raza indígena -a uno de los pobres y de los vencidos- para pedirle que allí mismo, en el Tepeyac, se levantara un templo en su honor.
El humilde macehual se presenta ante el obispo Fray Juan de Zumárraga, extiende su ayate, y es entonces cuando aparece la celestial imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.
Y al igual que había ocurrido en la Hispania pagana, lo mismo ocurrió en estas tierras de lagos, conventos, pirámides y volcanes.
En cuanto se corre la voz y la gente tiene noticia del prodigio, algo les dice que está a punto de nacer un mundo nuevo.
Y, según testimonio de los cronistas, a partir de aquel momento, las conversiones se dieron de un modo multitudinario.
A partir de tan bendito acontecimiento, fueron miles las pinturas de la Guadalupana que empezaron a difundirse por los territorios recién conquistados.
En unos cuantos años, en el Tepeyac, se construyó el templo que la Virgen le pidiera a San Juan Diego y muy pronto allí acudieron gentes de toda raza y condición social.
Lo mismo el poderoso virrey que el más humilde indio de las serranías; lo mismo el rico minero que el mestizo pobretón; lo mismo obispos que soldados…Todo tipo de gente acudía a postrarse ante la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.
Al sentirse cobijados por el manto amoroso de una madre común, desaparecieron los recelos entre indígenas y españoles, gracias a lo cual ambas razas se fundieron dando origen a una nueva identidad.
Y fue así como, en torno al Tepeyac y ante la mirada amorosa de la Virgen Morena, empezó a forjarse una nueva nación.
Y fue así como Nuestra Señora de Guadalupe pasó a la historia de México por haberse convertido en la Virgen que forjó una Patria.