*Cuando los candidatos nos alcancen
A meses de que se realice la elección presidencial en México no puedo estar más que desalentado por la calidad de los candidatos, cuya facilidad para prometer cosas y fórmulas mágicas para hacer de México un país próspero y seguro, los hace menos confiables y pone en evidencia su calidad moral y política con la que pretenden lograr votos. Siempre ha sido así, dicen que el prometer no empobrece, pero se ha llegado a tal exageración que cada vez son más los que menos les creen.
Su política es un mundo en crisis bombardeado por una pluralidad de puntos de vista y opiniones que rallan en lo absurdo, en donde da lo mismo quién sea y cómo sea el candidato o la candidata, siempre y cuando genere escándalos, dislates y provoque enfrentamientos frontales entre sus pares y un andamiaje de ideas que su mente inepta elucubra, a la menor provocación, para llamar la atención.
Parten más de la idea de ser impetuosos que precavidos, ocurrentes que lógicos, mentirosos que francos, aduladores que sinceros, ficticios que creíbles, en pocas palabras: venden mentiras por verdades con tal de mandar y regir para introducir su imagen y el embuste como puntos esenciales de su campaña.
No conocen o pretenden no conocer ningún límite, y si se topan con uno, se acomodan a cualquier situación y se apoyan en la fe ciega del elector que le exige, más a la divinidad que al candidato, que se materialicen las promesas de campaña.
Los elegidos saben perfectamente que es difícil que se despierte la conciencia nacional porque está sometida a la hipocresía y al descaro del gobernante en turno y a ese cáncer, que se extiende cada vez más, en forma de partido político cuyo poder reside principalmente en la irracionalidad de las masas conformadas por electores, especialmente los indecisos, a los que se les muestra la imagen de los candidatos como una marca de consumo. ¿Qué se puede esperar de ello? Lo mismo que ha sucedido, durante décadas, en cada sexenio independientemente del partido político: un total desaguisado.
Muchas personas se resisten a centrar su atención en lo argumentos racionales (que rara vez salen a flote) de los candidatos y se enfocan más en la imagen que éstos a toda costa desean proyectar. El poder de la palabra ha cedido al poder de la imagen sin importar que quien la transmita tenga una moral acomodaticia y útil a su conveniencia, cambiante según sea el momento.
El primer engaño de los candidatos es prometerle al pueblo felicidad y paz, cuando lo primero que debe prometerse es el cumplimiento irrestricto de la ley, por ello prefieren perder el valor de su palabra y no el objetivo de sus fines perversos que no es otro más que su interés personal y el de sus allegados, mediante juramentos de engaño y deslealtad. Siempre fue, es y será aumentar su poder sin importarles los medios y las formas.
Por lo anterior, muchos somos incapaces de ver, conforme avanza la campaña, que la gran cantidad de sus propuestas se empobrecen, aunque estos pseudo políticos las sigan recetando y recitando, una tras otra, sabiendo que no las van cumplir.
¿Sus motivos? Son variados, desde el deseo de mantener el poder y la influencia hasta la presión para satisfacer las expectativas del electorado y las exigencias de los partidos políticos. En un entorno político altamente competitivo y polarizado, la tentación de distorsionar la verdad para ganar ventaja sobre los oponentes es irresistible, no para todos, pero sí para la mayoría, empezando por las o los presidenciables.
Pero la culpa no es solo de ellos, sino también del ciudadano, porque en la era de las redes sociales y la información instantánea, la desinformación y las noticias falsas se han convertido en armas poderosas en el arsenal político a las cuales millones de personas les creen.
Un elector desinformado es enemigo de la democracia y un aliado fundamental de los grupos de poder. Algunos políticos aprovechan al máximo la cultura de la desinformación para propagar mentiras y teorías de conspiración con la única finalidad de manipular a la opinión pública y socavar la confianza en las instituciones democráticas.
La política es un juego de alto riesgo donde la competencia por el poder y la influencia es a muerte, como se puede constatar en varios estados de la República Mexicana.
En este escenario altamente degradante y corruptamente competitivo, los políticos enfrentan una presión constante para destacar, ganar elecciones y mantener el apoyo de los votantes y los partidos políticos al precio que sea. Insisto en que la verdad generalmente queda relegada a un segundo plano frente a la necesidad percibida de ganar a cualquier costo, costo que pagara la ciudadanía y que tendrá que soportar durante seis años hasta que se vuelva a repetir la misma historia sexenal mientras no hagamos valer, en las urnas, nuestro voto razonado, o sea: los electores debemos tomar decisiones informadas y reflexivas al emitir nuestro voto, en vez de basar nuestra decisión en emociones, lealtades partidistas o información sesgada.
Hasta la próxima.