El pasado 28 de abril se llevó a cabo el segundo debate presidencial protagonizado por dos mujeres y un hombre, en el que este último está más como elemento decorativo que como candidato presidencial. La competencia está entre Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum, una de ellas será la futura presidenta de México.
Lamentablemente dicha elección no se puede declarar desierta debido a que ninguna de las dos, para mi gusto, tiene las cualidades, características, conocimientos o preparación para llevar las riendas de un país como México.
Las dos están más preocupadas por decir que ganaron el debate, cuando está más que claro que lo que se vio no fue un debate, sino una serie de acusaciones, de dimes y diretes para tratar de desacreditarse mutuamente, cuando se sabe que ambas tienen, en mayor o menor medida, cola que les pisen.
Tan distinguidas damas solo trataron de enaltecer lo que, para ellas, hicieron ya no bien, sino de una manera magistral y, sobre todo, prometerle al ciudadano el cielo, la luna y las estrellas, como si con prometer en exceso tuvieran asegurada la victoria.
Sería agradablemente original que, en vez de tener toda la intención y las ganas de prometer, las candidatas nos dieran la sensacional sorpresa de llevarlo a cabo, lo que no se vio cuando se desempeñaron como servidoras públicas en sus diferentes ámbitos. Es sabido que la que gane se acordará de todo, menos de lo que juró hacer, y si en realidad hace algo, ojalá no sea a medias y no opte por dejarle todo al próximo gobierno.
Entiendo que un debate político es una técnica de comunicación que consiste en la confrontación de ideas u opiniones diferentes sobre un tema determinado, en la que supuestamente los participantes tendrían que exponer y defender sus argumentos con el propósito de llegar a una conclusión y convencer a la ciudadanía de que son la mejor opción. Por lo menos casi no escuché argumentos, defienden lo indefendible, no divisé ninguna conclusión y de ahí no pasó, ojalá que yo no peque de despistado.
Los debates involucran a partes con ideas enfrentadas o plurales. Debo ser sincero: para mí, ideas hubo muy pocas, acusaciones y descalificaciones muchas, pero eso sí, una falta monumental de vergüenza.
No me imagino la cantidad de saliva que son capaces de tragarse los tres candidatos cuando quieren hablar, según ellos, de sus acciones. El problema de la 'izquierda' y de la 'derecha' es que cuando se les da la gana son ambidiestras, y si no pueden se refugian en el 'centro', la cuestión es acomodarse al momento, fingir que son la salvación de una nación y afirmar que todo, absolutamente todo, será mucho mejor cuando llegue alguno de ellos al poder.
Nunca voy a entender cómo la mayoría de los candidatos actuales y de pasadas elecciones puede vivir sabiendo que no son, por lo menos, eficientes y congruentes. La congruencia no se les da o tienen mucha dificultad para mostrarla, tanto en su decir como en su actuar.
Pero eso es lo de menos, a los candidatos se les sostiene, aunque estén para llorar, se les justifica al precio que sea, con tal de imponerlos gracias a la poca o nula memoria que tiene el mexicano, para reconocer en ellos a entes que como servidores públicos han dejado mucho qué desear, pero que insisten, a toda costa, y pasando por su dignidad y la de varios compañeros políticos, en postularse como candidatos.
Les encanta invertir el proceso real de los acontecimientos porque de otra forma, están perdidos, no tendrían para donde hacerse. Reconozco que me cuesta trabajo creer en la palabra de un político, y más cuando está en campaña.
Escuchar todo lo que dice que va a hacer, cuando lo primero sería que intentara, por lo menos, expandir su pensamiento para que sus palabras no resbalen hacia la palabrería, porque cada vez que escucho una de sus tantas promesas de campaña y juran hasta por su madre que las van a cumplir, intuyo que dicho juramento es de engaño y deslealtad.
Lo cierto es que México es tan surrealista que el día del trabajo, no se trabaja; los cuatrimestres son bimestrales; y muchos políticos y empresarios son 'respetables' o creen ser los ungidos para dirigir a un país.
Pero en realidad no hay a cuál irle, siempre es pensar en que debo votar por el menos peor porque me enfrento a una elección entre opciones que no son idealmente satisfactorias, forzosamente debo elegir la opción menos negativa o menos desfavorable entre las disponibles.
Y lo anterior todavía se recrudece cuando hay que ver los debates que dejan un mal sabor de boca, menos para los participantes que juran y perjuran que lo ganaron. ¿Ganar qué? Solo exhiben más sus carencias, su falta de preparación y su conocimiento en la materia.
Lo cierto es que solo es un inmundo “debatidillo” político que nada tiene que ver con el país, pero sí mucho que ver con los intereses personales y políticos de los involucrados, quienes para dentro de seis años dirán que no les dio tiempo de cristalizar sus millones de buenos propósitos e ideas que cacarearon durante su campaña para ser elegidos, y que harían de México un país de primer mundo.
Hasta la próxima.