*Por su avaricia los conoceréis
¿Qué credibilidad puede tener alguien que se postula como candidato, si para serlo, bota, en el peor de los casos, su puesto de elección popular y se dibuja a sí mismo como la mejor opción?
Las ansias de novillero que lleva dentro pueden más que el deber (in)cumplido y no se aguantan las ganas de ver la paja en el ojo ajeno para intentar encumbrarse en el gusto del respetable cuya ignorancia puede más que divisar las situaciones en su justa dimensión.
Independientemente del partido político, la simpatía o la animadversión que alguien pueda sentir por un político es directamente proporcional a los resultados que éste ha dado durante su periodo de gobernanza o gestión como servidor público.
El cinismo con el que se conduce parece o más bien no le importa, porque con la mano en la cintura se separa de su cargo y saca de la manga la lista de promesas y estruendosas hazañas que va a cumplir si resulta elegido.
Parte del borrón y cuenta nueva porque no tiene sentido común o echa por la borda el más común de los sentidos. ¿No se supone, como decían los ancestros que “hay que terminar lo iniciado antes de empezar con otra cosa, mariposa”?
¿De dónde le sale ese gusto de querer correr cuando ni ha aprendido a caminar o esa indiferencia por el electorado cuando lo cuestiona o le señala sus errores, pero para la colecta de votos se ponen hasta de tapetes? ¿Por qué nos sorprende su desempeño cuando también sabemos que quien mal empieza, mal acaba? ¿Sería eso suficiente para pagarle con el látigo de nuestro desprecio y negarle nuestro voto?
La mecánica siempre es la misma, salvo sus excepciones, que se traduce en el cuento de nunca acabar, en el hecho de suponer que un cambio radical está a la vuelta de la esquina, que el mesías hará su entrada triunfal, para que, llegado el momento, nuevamente pida licencia para saltar a la grande, demostrando con ello que es más de lo mismo.
El único interés que está detrás de cada aspirante a candidato es el bien personal, el lucrar con el cargo y dejar tras de sí los escombros de sus acciones erróneas y de su incapacidad para gobernar. Dicen que prometer no empobrece, lo que empobrece es la gente que vota por los corruptos y mentirosos de siempre.
Las promesas de un candidato simplemente son un conjunto de caprichos de quien las ofrece y con las que pretende que la gente pueda reconocer en ellas un momento de verdad, aunque sean emitidas de una manera mecánica más por labia que por objetividad y lógica.
¿Cuántos nos ofrecen construir una sociedad renovada mediante la voluntad general en donde prevalezca la reconciliación entre el interés individual y colectivo?
Pero no sólo nos brindan una sociedad renovada, sino una sociedad ética que existe solamente en su mente. Me queda claro que esos individuos obedecen únicamente a su impulso de apropiación: apropiarse de todo cuanto pueden y que se los facilita su cargo.
Con su demagogia nos ubican en un estado de ansiedad colectivo, con el que mucha gente no puede ni quiere hacer otra cosa que participar en ese proceso del que tarde o temprano seremos expulsados y quedaremos a la deriva, eso sí, después de que nos caiga el veinte y darnos cuenta que solo fuimos usados.
Decía el teórico Hobbes que “mientras delibera en soledad, el individuo (candidato) sigue experimentando los apetitos y pasiones que le impelen a la acción”, por lo que “la guerra de todos contra todos se mantiene latente debido a esa concupiscencia que actúa como fuerza centrífuga”.
Por otra parte, los que tienen la capacidad de hacer ganar al individuo adoptan una actitud pasiva que después se torna agresiva al descubrir que fueron engañados; mientras tanto, el candidato conoce muy bien esa receptividad pasiva cuando se apodera de la sensibilidad y de los sueños del votante que es incapaz de detectar que existe, en una elección política, un trasfondo irracional.
Nos falta madurez política, saber poner en su lugar a todo aquél que aspire a ser servidor público, hacer a un lado nuestro interés personal, saber que no es cuestión de gustos, ni de modas, ni de ver qué pasa o de basarnos en aquello de que nada es verdad, nada es mentira, todo depende del cristal con que se mira.
Hasta la próxima semana.