*El triunfo de la estupidez

¿Hasta qué punto se puede ser tan cínico y echar por la borda la poca sensatez, credibilidad y la honorabilidad, si todavía les queda, a los comparsas de Morena que fungieron de corcholatas y ratificaron el triunfo de López Obrador al avalar a Claudia Sheinbaum como su candidata a la presidencia de la república? Lo mismo me pregunto con lo sucedido en la oposición y la victoria de Xóchitl Gálvez.

En el fondo ambas mujeres son iguales, porque representan la intención de un deseo, de un reflejo de conducta que tratan de interpretar recíprocamente, una y otra, a través de una serie de propuestas cuyo eje rector es mostrar que son independientes, pero sin dejar de aludir, con falsa gratitud, una al presidente y la otra, a los tres partidos políticos que la arroparon.

Se insiste en atribuir como un éxito rotundo a lo que se puede explicar como estupidez de una gran mayoría que sigue creyendo en candidatos surgidos al vapor, por un golpe de suerte, por interés personal del mandatario en turno o por los medios de comunicación que repiten una y otra vez las puntadas de alguien que tiene, no lo dudo, capacidad para todo, menos para gobernar una nación.

Cada que abren la boca surge una fuente inagotable de dislates que las encumbra más y más, sin contar el apoyo que les brinda una muchedumbre necia que, no obstante divisar cosas totalmente predecibles, decide pasar por alto lo que otros tantos saben que irremediablemente va a ocurrir, lo mismo de cada sexenio gracias al infinito poder de la estupidez.

Es sabido que, en cada elección, en este caso la presidencial, ponderará la primacía de la vista sobre el oído al fijarnos más en lo que se hace que en lo que se dice; pero si se corriera el peligro de darnos cuenta de ello, bastará que se le hagan promesas al electorado para que no vea las cosas tal como son, sino como se las muestra el interés personalísimo de aquellas que pretenden llegar al poder.

Estamos circunscritos a una pluralidad de opiniones y puntos de vista que, lejos de crear en nosotros una visión objetiva, nos orilla a divisar una perspectiva difusa muy alejada de la realidad. Tampoco se trata de dudar de las candidatas, aunque sepamos que pocas cosas son como parecen y cuya finalidad es engañar, pero no ser engañado.

El empeño de la palabra se desborda con tal de alcanzar el objetivo, aunque, con descaro no tan prudente, las candidatas son incapaces de guardarle fidelidad si ésta se torna en su contra, por lo que prefieren desaparecer, cuanto antes, los motivos que dieron nacimiento a su palabra y para ello les conviene hacer copartícipes, de su futuro gobierno y de sí mismas, a los amigos. Apuestan más por el impulso que por la precaución, por el carisma que por la inteligencia, por el poder que por la justicia, y según el politólogo italiano Norberto Bobbio: “La visibilidad del poder permanece hoy como una de las promesas no cumplidas de la democracia.”

Los actuales gobernantes y los que lleguen, confían más en su estupidez que en la de los demás; por tanto, la estupidez ya no es un defecto, sino un recurso, probablemente el más socorrido en el que se poya la mayoría de la gente, generalmente los gobernantes. Harán uso del panoptismo (forma nueva de hacerse de poder y de control social, reformista y represivo, basado en la asimetría del ver, sin ser visto, del vigilar sin ser objeto de vigilancia) y ahí están las redes sociales que dejan una marca indeleble de todo aquel que tenga a bien o mal, hacer uso de ellas. Echan mano de su servilismo y sumisión, medio idóneo que ponen en práctica para aparecer siempre en el candelero, pues su fin último, además del personal, es ocultarnos la realidad social y política para vendernos mentiras por verdades.

Le apuestan siempre a los sentimientos de los electores, principalmente al de los indecisos, para conectarse con su subconsciente, al que atrapan no con el poder de la palabra sino con la imagen. La política se tecnifica, pero parece que ayuda más teatralizarla, como lo fue la entrega del bastón de mando, al tratar de hacerlo espectáculo de masas. El frente opositor también teatralizó el triunfo de Xóchitl al convocar a la ciudadanía a concentrase en el Ángel de la Independencia que lució desangelado.

El chiste es atrapar a la ciudadanía a costa de lo que sea, incluso sacrificando las ideas. Ya lo dijo Kant, que la posesión del poder daña inevitablemente el libre juicio de la razón, por eso el ganador siempre se esfuerza por hacer a un lado a todos los que son más capaces que él. Lo anterior lo vemos claramente cuando se estructura el nuevo gabinete y ocupan las secretarías de estado aquellas personas en las que resulta más notoria su incompetencia. Nuevamente la estupidez entra en acción, el ganador debe mantener a la inteligencia muy alejada del nuevo gobierno para darle paso a todo aquello que se ajusta a sus creencias y puntos de vista, y con ello evitar el esfuerzo de pensar.

Las decisiones estúpidas de una bola de políticos corruptos son peores que los daños causados con intensión. Está en nosotros impedir que las acciones de unos cuantos afecten a unos muchos. Hay que quitarnos esa idea tonta de la igualdad de género, en lugar de eso, apostar por los más aptos y los menos payasos, sean hombres o mujeres.

Nos leemos la próxima semana

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