*Mercado de Famas
Hoy como nunca antes, adquirir notoriedad, visibilidad o fama había sido más fácil, que destacar en redes, que sea por razones encomiables, es un asunto muy diferente, lo que sobresale es que efectivamente hoy se ha reproducido un mercado de famas que desorienta y distorsiona mucho de nuestra percepción sobre los medios y los periodistas.
Recientemente se publicó el libro “El vendedor de silencio” de Enrique Serna, donde se aborda la vida y trayectoria de uno de los periodistas más influyentes e importantes de mediados del siglo pasado, Carlos Denegri.
A lo largo de esa interesante y muy bien lograda investigación y recreación de la vida del personaje central, bien vale la pena recapacitar en qué y cuánto ha cambiado la forma que tenemos los mexicanos de comunicarnos y qué papel juegan los periodistas profesionales y los medios, en una sociedad dominada en muchos sentidos por las redes sociales y la displicencia de la comunidad.
En México decir que “nadie lee” es una verdad tan sabida que por eso se calla.
Según datos de 2018, en México se leen en promedio 3.8 libros al año por persona, pero sólo 2 de cada 10 lectores comprende totalmente el contenido que leyó. Y principalmente se leen libros de texto o escolares, 2- periódicos y 3- páginas, foros o blogs digitales, de acuerdo con el Módulo sobre Lectura (Molec) del INEGI para el 2018.
En un entorno como el ya descrito y el que había en la época de Denegri donde el analfabetismo y el desinterés público por la información política era escandaloso, no es de sorprender que un hombre con una excelente capacidad de investigación, con enorme capacidad para allegarse datos de las más variadas fuentes, aunado a su dominio de idiomas y multiplicidad de contactos en las más variadas esferas de la sociedad de su tiempo, haya destacado e influido de manera tan notoria que su fama e influencia llegan a nuestros días. Y mucho menos es de extrañar que por decenas se acercaran a él los mismos personajes que después le criticaban y le aborrecían.
Ahora bien, ¿qué tanto han cambiado los políticos, los empresarios, los líderes obreros, campesinos, académicos, actores, actrices y demás personajes de la vida pública susceptibles de entrar en ese “mercado de famas” del que tanto se habla en ese libro y sus reseñas? Y ¿qué tanto han cambiado los dueños de los medios y los periodistas que para ellos trabajan o colaboran desde sus propias empresas que igualmente ocupan a los medios como plataformas o vitrinas de exposición de sus productos?
Los empresarios, constructores, políticos, actores, sindicatos y otros ahora cuentan con verdaderas estructuras corporativas para “acercarse” a los dueños de los medios y los periodistas para sumarlos a sus campañas de lobbying y de presión abierta para promover decisiones favorables a los intereses de ese sector concreto de la sociedad al cual pertenecen.
Los casos de Odebrecht, OHL, Walmart y otras transnacionales son excelentes botones de muestra para evidenciar que desde los medios y ahora con las redes sociales se puede ablandar, persuadir o de plano deshacerse de cualquier funcionario, organización o autoridad que entorpezca los objetivos o propósitos de sus accionistas o directivos.
La corrupción, como calificativo esencial con el que se pretende distinguir la vida profesional y personal de Carlos Denegri a todo lo largo de su vida, a mi forma de pensar exagerada, también me recuerda la frase de Chesterton sobre la prostitución: “para que exista prostitución (corrupción) se requiere de (cuando menos) dos delincuentes; uno que compre lo que no se debe comprar y de alguien que venda lo que no se debería de vender”.
Sin embrago, en el mercado de la comunicación dicha perversión de origen no existe. Que se pretenda ligera e irresponsablemente convertir al mundo del periodismo y los medios de comunicación en corruptos e impolutos es algo que afloró entre los resentidos de la supuesta izquierda mexicana de principios de siglo, quienes se han adueñado de la “honestidad valiente” y la incorruptibilidad de sus miembros aunque sobran los pájaros de cuenta que fueron o permanecen encarcelados precisamente por pillos y corruptos y desgraciadamente la mayoría libres y en funciones públicas o privadas.
“Socios, clientes o cómplices”
Si se quiere abordar con objetividad, rigor, seriedad y veracidad como funciona desde hace 70 años el mercado de la comunicación y el periodismo, tendríamos que echar marcha atrás y recordar que las campañas propagandísticas copiaron casi facsimilarmente a las publicitarias, con los mismos abusos de pautas (repetitivas ad nauseam), con slogans, frases, corridos, cumbias (los jingles en política no eran bien vistos), entrevistas a modo, testimoniales de personas de diferentes comunidades, cortos de cine, planas y medias planas de los candidatos, desplegados a tutiplén, etc.
Para el diseño, elaboración, impresión de gráficos, así como para la producción, programación, compra de tiempos y espacios por supuesto que se necesitaban profesionales y expertos en esos campos, de ahí que contratar periodistas, formadores, dibujantes, cartonistas, productores de cine y T.V., actores, cantantes, grupos musicales, permitió a los políticos una cercanía y comercio con dueños y directivos de todos los medios sin que esto conllevara actividades corruptas o ilegales.
Inclusive, para diferenciar claramente las actividades comerciales de las políticas, las tarifas para estas últimas eran 50 por ciento más caras que las propiamente publicitarias para bienes de consumo o servicios.
Los sueldos de los periodistas no se caracterizaban precisamente por ser altos o envidiables, muchos de ellos tenían actividades paralelas tanto en el sector público como en el privado, por lo que no era de sorprender que al llegar el tiempo de las campañas políticas o los informes de los secretarios, gobernadores, directivos de paraestatales y demás alta burocracia se echase mano de las habilidades y conocimientos de los mismos periodistas, fotógrafos y camarógrafos que cubrían sus actividades para ahorrarse tiempo y dinero.
La obtención de una titularidad en una “fuente” era una excelente compensación para los reporteros, puesto que el 15% de la publicidad que de esa dependencia se facturaba en el periódico pasaba a los ingresos del reportero, hasta que por voracidad de los empresarios y para evitar el mercado “sádico-masoquista” (“te pago para que me pegues”) al que se refirió José López Portillo en uno de sus informes presidenciales desapareció dicha prestación.
Bien valdría la pena recapacitar y esclarecer de una vez por todas que la relación entre los medios y el poder es una relación inextricable, donde el actuar del uno muy difícilmente se explica sin la participación del otro. No hay cabida para explicaciones léperas, ramplonas y ofensivas como las que ahora se pretenden usar al hacer tabula rasa para una profesión indispensable para la adecuada dinámica de una sociedad tan plural y desigual como la nuestra.
Investigar y publicar información veraz, comprobable, oportuna y confiable es una actividad profesional, no una actividad religiosa o sujeta a calificación moral.
La “moral” virtual o del populacho de las redes o de ya sabes quién?