Por Pablo Gómez
De momento no existe la Guardia Nacional proyectada por el actual gobierno. Lo único que hay es un dictamen favorable en la Cámara de Diputados que aún no ha sido consultado al pleno. Pero, con o sin proyecto, el problema de la inseguridad pública y la emergencia de violencia es básicamente el mismo.
La Guardia Nacional no va a acabar con ese fenómeno que tiene ya más de 20 años. Cuando la violencia delincuencial se desborda, los cuerpos policiales se convierten en partes integrantes del problema, ya que éstos profundizan su corrupción y son puestos al servicio del negocio ilegal.
La solución mexicana resultó un fracaso. El Ejército y la Armada fueron volcados a las acciones contra la delincuencia organizada durante 12 años, supuestamente al lado de la policía. En lugar de tener un cuerpo policial federal se tenían tres: dos militares y uno civil, aunque con frecuencia a cargo de militares, más otro en cada entidad federativa.
Ninguno de ellos podía hacer lo necesario porque la política social no estaba en dirección de la lucha contra la delincuencia organizada, con lo cual seguía creciendo el resentimiento en el que se anida el fenómeno criminal.
Además, el Estado mexicano siguió considerando la prohibición legal de las drogas como algo ineludible. Aunque el consumo en sí mismo no es en México un delito, los cuerpos de seguridad lo siguen prohibiendo en los hechos y cobrando mordidas. Además, las cárceles están llenas de jóvenes consumidores o narcomenudistas, así como de campesinos productores. El resultado es un desastre.
El proyecto de Guardia Nacional no está hecho para resolver todos estos grandes y penosos problemas. De lo que se trata es de conformar paulatinamente un cuerpo de seguridad federal, estrictamente una guardia, capaz de convertirse en institución civil al servicio de las personas, pero sin tener como funciones las de preservar el orden público.
Desde algunas instituciones ya existentes se tendría que empezar a construir esa guardia. Durante los próximos cinco años, aunque, si es posible, antes –dice el dictamen aprobado en la Cámara—, la nueva Guardia tendría que ir pasando de un mando a cargo de miembros del Ejército y la Armada a otro de personal formado en la nueva institución.
Así tendrían que volver a los cuarteles los integrantes de las fuerzas armadas que ahora se dedican a trabajos de policía. Mas la nueva Guardia no se quiere sólo para la emergencia sino para contar con un cuerpo de seguridad que cubra el territorio del país, mientras que los cuerpos de policía federal, local y municipal se dediquen a resguardar instalaciones públicas y lugares de habitación, lo cual supuestamente siempre ha sido su deber.
El combate a la delincuencia organizada tendrá éxito cuando sea derruido el Estado corrupto, se reoriente la política de todas las entidades del Estado nacional hacia el bienestar social y el trabajo, se distribuya de otra forma el ingreso y las funciones públicas se orienten hacia el beneficio de la gente. Dentro de esto, un punto, sólo uno, es el contar con cuerpos profesionales de seguridad que no sean corruptos.
Una parte de la oposición hubiera querido que el nuevo gobierno y la nueva mayoría legislativa se cruzaran de brazos, decepcionaran, se pusieran a repetir lo mismo.
En cuanto a la política económica y social, en lo referente a los nuevos sistemas democráticos de toma de decisiones y en lo relativo a la creación de nuevas instituciones de seguridad pública debe aplicarse el programa que tuvo el apoyo mayoritario en las elecciones. Hacer caso a esa oposición que busca que todo quede igual que antes sería una desobediencia del mandato ciudadano.
Si la oposición considera que las propuestas de la nueva fuerza gobernante son peores que las implantadas por ellos en otros momentos, ese es su derecho, su privilegio. Que la oposición se oponga es lo más normal. Lo que no se puede admitir es el argumento que consiste en que lo nuevo debe ser lo mismo que antes.
El fracaso del modelo mexicano de seguridad pública ya no requiere demostración.