*Coincidente día de protestas contra Trump y AMLO
*A uno lo llaman racista y al otro caprichoso
Cómo estarán las cosas en Estados Unidos, que el presidente Donald Trump fue llevado el viernes en la noche por su equipo principal de seguridad al búnker diseñado para emergencias como ataques terroristas.
Como se sabe, el pueblo norteamericano está inmerso en prologadas protestas por las fatales arbitrariedades de los policías güeros contra los habitantes de color.
Y aunque el gendarme que provocó el estallido social ya está detenido y en proceso de ser llevado ante la justicia, cada vez más pueblo norteamericano se suma a la irritación contra su presidente, a grado tal que los servicios de inteligencia de la nación más poderosa del mundo ya están en posición de alerta y ordenaron permanecer atentos para responder con oportunidad a cualquier ataque con visos de terrorismo.
Y casualidad o no, pero lo cierto es que si el mandatario gringo padeció eso el fin de semana, su amigo el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, también fue centro de repudios en por lo menos 40 ciudades del territorio nacional, desde donde se exigió que renuncie al cargo. Claro que la petición es ilógica, porque fue elegido para un sexenio y lo debe cumplir sin necesidad de volver a consultar al pueblo, como lo pretende con esa amenaza de someterse a un referendo para decidir si se va antes de los seis años o se queda como lo manda la ley, lo que también es ilógico.
Pero de lo que debe haber la menor duda, es que los inconformes en México pertenecen a las clases media y alta por los lujosos vehículos en los que salieron a repudiar públicamente al inquilino de Palacio Nacional.
Pero el enojo de fondo de otros núcleos de ese mismo sector es que está incitando a millones de mexicanos, pobres y extremadamente pobres, a sufrir hambre y enfermedades curables y la todavía incurable como lo es el coronavirus.
Y vaya que tienen razón, pues basta reflexionar que solo bastó que López Obrador anunciara el viernes su pretensión de abandonar el confinamiento, para que el ánimo de muchos mexicanos se alimentara y se preparan a seguir los pasos del presidente.
Y así ocurrió, pues desde el sábado por la mañana comenzó a notarse la presencia de mucha gente en las calles y continuó el domingo, día en que también mucha gente sacó sus automóviles para recorrer las principales calles de sus ciudades para reprobar las acciones de su gobernante.
Los analistas políticos están conscientes de que la estrategia del mandatario de abandonar el confinamiento fue solo para saciar el capricho de acudir al sur del país para dar el banderazo de inicio de la construcción del tren Maya y así dejar testimonio documental de sus aportaciones al país, claro, si se logra coronar al final de sexenio, porque de ocurrir lo contrario, es lógico que López Obrador pasará a la historia en otras condiciones.
Por eso un sector de los 125 millones de mexicanos, aunque sea todavía minoritario, le critica con dureza que sin la más elemental señal de prudencia extrema, haya sembrado la idea entre el pueblo de que el azote del coronavirus ya está domado, que se puede abandonar el confinamiento solo con algunas medidas sanitarias, sin asimilar el riesgo al que está arrastrando a millones de familias por el reguero de infección que se puede producir.
Y lo más criticable es que mientras el vocero de esta enfermedad, Hugo López-Gatell, no se cansa de hacer notar que todo el país está en semáforo rojo, lo que constituye clara señal de que el peligro máximo prevalece, López obrador haga caso omiso y con singular alegría anuncie que se va de gira al sur y norte de México.
Así las cosas, es momento de reflexionar, con mayor profundidad, que si al presidente norteamericano su pueblo le está reclamando su indiferencia por los actos criminales por motivos racistas, al presidente mexicano su pueblo le está reclamando que arrastre a la nación a escenarios que únicamente conllevan estrategias de caprichos personales.
Una vez más, está a tiempo, señor presidente.