*Artificiales arreglos en época de crisis
Una crisis vuelve intolerable las cadenas que te sujetan en tu vida diaria, destapa lo que impide que superes la corriente que se te vino encima y te puede ahogar.
A nivel doméstico y personal, municipal, regional, estatal o nacional, queda en evidencia inocultable los artificiales e intolerables arreglos y acomodos con los que negociamos y sobrellevamos nuestra existencia. Brota de nuestro interior un incontenible liderazgo dispuesto a poner las cosas en su lugar, el que corresponde para retomar el equilibrio sensato, justo y sustentable que permita retomar el camino de la sana, armónica y productiva convivencia.
Ya la naturaleza nos está dando sorprendentes muestras de ello.
Volvemos a valorar lo importante, lo esencial. Todos los maquillajes y engaños caen por tierra. Se somete nuestra voluntad al fuego purificador que termina con la hojarasca, con los adornos, los afeites, simulaciones, contubernios y cochupos que habían creado una ya insostenible estructura paralela, endeble, incapaz de sostener ante estos vendavales el edificio de nuestras vidas.
La orilla del precipicio nos obliga a ver, de una buena vez, la inconsistencia de pertenecer a tal círculo de amistades, a tal relación afectiva, a tal sociedad mercantil, a tal colectivo social o artístico, a todo ambiente toxico que nos daña. Es momento, y no hay de otra si queremos evitar la locura o una enfermedad mayor, de abandonar los arreglos artificiales y volver al peñón sólido, eterno y majestuoso de nuestros principios y de nuestra esencia. Por eso las crisis son benéficas, reencauzan las aguas por el rumbo certero.
Eso nos sucede en nuestro primer y segundo círculo, con nuestros familiares y amigos, con nuestros compañeros de trabajo, con nuestros socios. Me pregunto que le ocurre a nuestros gobernantes, a nuestro alcalde, nuestros diputados y senadores, nuestro gobernador, nuestros ministros, nuestro presidente.
¿Se habrán dado cuenta de la parte falsa y ridícula de mucha de la retórica que heredaron y que siguen promoviendo? ¿Alguno lo habrá notado o ya bien que lo sabía, pero no se había atrevido a zafarse la camisa de fuerza que ha contenido el impulso de su verdadera esencia?
Son momentos límite de definiciones.
Situaciones históricas que nos obligan a dar ese paso al frente, o tal vez hacia atrás, que no nos habíamos atrevido a dar y que ya intuíamos que lo teníamos que hacer, pero la comodidad del status quo nos motivaba a ignorar nuestra irrenunciable esencia.
De pronto, por fin, varios gobernadores, ante la urgente e imperiosa necesidad de cumplirle a rajatabla, no hay de otra, a sus gobernados, hacen las cuentas y no les alcanza arreglo fiscal ni para iniciar la batalla que ya tienen encima.
Todas las consignas del catecismo patriota se vuelven ridículas ante la emergencia. Por tener el inmenso honor de cantar tal himno, por ser merecedor de portar tal bandera, debemos de trabajar como esclavos y aportar la mayor parte de nuestros frutos a una causa que, haciendo bien las cuentas, nos desprecia, nos posterga, nos ignora, nos hace a un lado.
¿Vamos a seguir tolerando que debido a las pesadas cadenas que arrastramos no podamos sacar de la miseria al resto de nuestros vecinos ni podamos sufragar la atención médica de nuestros más próximos? Vivimos tiempos de definición.
Admiro y respeto a mis encargados del mandato, a mis gobernantes que enfrentan hoy semejante disyuntiva, ¿En dónde está mi patria, en los libros de historia o en la sangre que corre por las venas de mis semejantes?
La sedición no la comete el que decide liberarse de las cadenas, la perpetúa el astuto demagogo que las colocó en nuestros brazos.