*Sobre moral y política
El llamado a la reconciliación nacional es problemático si está lleno de culpas y perdón como categoría moralista, solo es un discurso moral y no político, es decir, son dos comunidades distintas que están llenas de poder y de conflictos, de aquí las guerras religiosas y las guerras políticas, “nosotros y ellos”.
Entonces, después de la experiencia autoritaria, la democracia aparece más como esperanza que un problema, por ello, los conflictos no se ven problemáticos sino soluciones. Cabe entonces preguntarse si los actuales vientos de la democratización son climas coyunturales o es el inicio de una transformación social, que nos lleva a un devenir tormentoso de odios y resentimientos.
Porque, no podemos pensar en una transformación sin la heterogeneidad y su articulación en una unidad, en una totalidad; es decir, unificar fragmentos que tienden a separarse, aquí radica la complejidad que provoca derrumbes de antiguos esquemas al estudiar las relaciones del gobierno con una sociedad heterogénea, llena de contradicciones en sí misma como consciencia de la diversidad de pensamientos y de acciones.
Por lo que, toda transformación de las estructuras sociales es vista al mismo tiempo en calidad promesa y amenaza, de aquí los riegos y los conflictos, que se ven a modo de situaciones de guerra en el que varios sectores sociales corren peligro de padecer violencia.
Por lo mismo, se busca imponer una nueva normatividad y normalidad mediante procedimientos propios de una lógica de guerra: la aniquilación del adversario y la abolición de las diferencias. Estas circunstancias permiten riesgos inevitables en cada decisión política absorbido por el político al ser juzgado su éxito o fracaso, y no de acuerdo con el cumplimiento de reglas formales.
Veamos. Una autoridad moral puede tener la capacidad de movilizar muchedumbres moralistas-religiosas e introducirlas en el conflicto político, por ello el discurso moral puede tener eficiencia política. Es un político eficiente apoyado en la moral al intentar resolver los conflictos y justificar su acción política.
De aquí, que la relación de la moral y la política se da cuando lo moralmente bueno es políticamente justo, lo políticamente justo es moralmente bueno, el que piense lo contrario está equivocado, vive en el error o está loco. Vive en conflicto permanente y excluido del paraíso, es un “ángel caído” que puede ser agredido y excluido.
Esta tensión entre moral y política es parte de nuestra existencia, es el campo fértil a la reconciliación haciendo un llamado a la conciencia divina en el que un líder religioso se convierte en político y el político en un líder religioso, por ello, no contempla la separación del Estado con la institución religiosa. La política está llena de devoción.
El estudiar a los clásicos del pensamiento político griego como Platón nos dicen que la moral fundamenta a la política, pero la política no fundamenta a la moral, aquí está el problema: la política es buena si tiene un fundamento moral, por lo que un gobernante sin moral es un tirano.
Más vale ser moralmente bueno que ser un político eficaz, de aquí viene el cinismo en la política. Si la moral es políticamente ineficaz no importa ejercer el poder solo importa ser bueno moralmente que ser un político eficaz. De aquí, la mezcla entre moral y política para manipular los valores como recurso de poder, así se invoca el amor al orden, el amor a la patria, “abrazos y no balazos”, “amor con amor se paga”, en torno a un gobierno o una figura política.
Un poder moralizado exige obediencia y fe, rayando al fanatismo de la felicidad que es parte del mesianismo, el llamado a la reconciliación en la fe termina excluyendo y masacrando a los herejes, a los demonios, y donde “pagan justos por pecadores”: creando gobernantes peligrosos más si se creen profetas armados.
Por lo mismo, otros pensadores políticos como Maquiavelo señalan que la política y la moral si pueden ir juntas, pero la dominante es la política; entonces, es la política la que fundamenta a la moral, si una acción política es eficaz es moralmente bueno.
Maquiavelo enseña que es preferible ser políticamente eficaz que moralmente bueno, ya que la política solo es buena si se tiene éxito o se triunfa, por lo que la política no es moral solo eficaz: más vale ejercer el poder que la virtud moral. Una buena política puede ser inmoral y una buena acción moral puede ser políticamente ineficaz.
Esta diferencia entre moral y política es la que predomina en el pensamiento político en la mayor parte del mundo racional formal, que permite el avance del mercado y de la burocracia, donde la fe y la religión como bien común son un asunto privado y no público.
Por ello, desvincular la acción política de las normas morales significa para algunos socavar el orden y de la unidad nacional, para otros es reducir la ciudadanía es una comunidad ideal o divina. Aquí el problema es que no se puede separar tajantemente el ámbito político de los sentimientos y de las emociones, porque la política se legitima por medio de la legalidad y la fe religiosa.
Por consiguiente, privatizar las creencias debilita a la comunidad, porque un poder político sin creencias y sin fe es un poder vacío, es una fuerza sin fuerza, “es un tigre de papel”; este vacío es un problema real, es el problema de la legitimidad y de legalidad, incluso muchos confunden legalidad con legitimidad.
Por supuesto, que la racionalidad formal, la burocracia, la tecnocracia son necesarias en realizar cálculos medios y fines en sociedades complejas, pero van acompañadas de motivadores que unifiquen, y esto requiere de símbolos que lleven a la identificación social: que se reconozca a sí misma la sociedad en tanto colectividad. En conclusión, moral y política van juntas a pesar de que algunas veces se observan separadas.
*Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales,
Universidad Nacional Autónoma de México.