*También aquí las hay
Me siento en la primera banca que encuentro disponible, llego a tientas, avanzo adivinando los espacios, sin mirar el camino. Mi vista está clavada en lo alto, en lo muy alto, en el espacio enorme en donde las pinceladas de luz disciernen el silencio.
Abrumado por la inesperada belleza, veo como la luz entra tímida pero firme por el trasluz de los vitrales y deja rayos pintados en el aire que reverbera eternidad al pisar con delicadeza el polvo traído en las sandalias de tanto peregrino.
Descubro el artilugio. El tiempo, respetuoso, detiene su marcha.
Siento los suspiros de feligreses cansados que caen de rodillas ante el sublime poema visual que los subyuga, por las columnas de sabia cantera se enredan los pensamientos y las peticiones de personas que llegan de todos los sitios, de todas las culturas, de todas las religiones, no hay hijo que no requiera una madre que escuche sus lamentos.
Alguien, con mucho acierto, pensó que al concertar tan sublime pero tangible belleza, misteriosa paradoja que paraliza y alienta, abriría el corazón del peregrino para que pudiese atisbar el misterio de lo divino, así lo vivió con humildad el gran Paul Claudel.
Si arquitectos, albañiles, artistas y trabajadores pueden crear estos momentos tan sublimes a base de sudor e ingenio, me pregunto si puedo participar del paraíso.
Tal vez si abro un poco más mi corazón, si profundizo un minuto más en mis reflexiones, si me aventuro a escuchar el sonido del aire atrapado en ese concierto de belleza, si respiro pausadamente y paladeo los rezos y las esperanzas de tantos agobiados que han llegado ahí para retomar fuerza y poder continuar con la vida, si me olvido de mi historia y de mis limitaciones y me entrego a todo lo que me rodea, si por unos momentos aprovecho el torbellino inaudito que me transporta generoso y abro un poco más mi entendimiento, y luego un poco más, y luego otro poco más tan solo para , con mi pequeño esfuerzo, darle justificación a la Divinidad para que se achique y pueda entrar a mi ser, me pregunto si puedo participar en el Paraíso.
Si me dejo llevar por ese sublime intento de unos humanos por tocar el cielo, me llevaré cincelado en mi ser algo más que un recuerdo de haber presenciado semejante belleza, me llevaré un suspiro eterno, un trozo del aliento divino, me llevaré la esperanza en mis alforjas para que mis espaldas sigan desempeñando la heroica, milagrosa y rutinaria labor del día, me habré llevado un trozo de Nuestra Dama, que es Nuestra y es Madre.
Federico Sáenz Negrete
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