Desde hace algunos años se multiplican las señales y las investigaciones sobre el desquiciamiento global: el desastre climático: los grandes incendios forestales, los demasiados récords anuales de temperatura; las sequias muy duraderas; los huracanes, tifones, tormentas, tornados, nunca vistos. La advertencia de la gran mayoría de los científicos del mundo- el IPCC: sólo tenemos 10 años, para evitar el aumento excesivo de la temperatura sobre la superficie de la tierra. La tierra está en llamas, se queman sus grandes bosques y desaparecen las aguas ecuménicas: los glaciares. Abundan las señales de desquiciamiento global.
El final de la extracción convencional del gas, el petróleo y los minerales: la emergencia de formas extremas de extracción: fracking, aguas profundas, tajo abierto. El colapso de la diversidad biológica y étnica o cultural del mundo; la desaparición de las abejas, los corales, los tiburones, los osos, los grandes felinos. Una desaparición de especies vegetales y animales- la Sexta- entre 1,000 y 30,000 veces más rápida que las hecatombes de tiempos geológicos pasados. La basura, los residuos tóxicos y peligrosos que invaden los suelos, las aguas y las atmosferas del mundo hasta el punto de hacer muy difícil la continuidad de la vida humana. Los sarcófagos con residuos nucleares que contaminan, por muchos siglos, el futuro de la humanidad mientras la mayor parte de las centrales nucleares exceden sus capacidades de diseño, por antigüedad. Abundan los estudios sobre el final de un mundo, el mundo creado por la revolución científica.
La gran desaparición de etnias y lenguajes. Los muy elevados índices de descomposición social (demasiada, violencia intrafamiliar, escolar, laboral, urbana); demasiado consumo de drogas y de comida chatarra. Las excesivas tasas de obesidad, diabetes, cáncer y otras enfermedades creadas por la industria y la ciencia y la tecnología; los muy elevados niveles de migración y confinamientos de refugiados; la creciente dependencia de apoyos del Estado, para la sobrevivencia de indígenas, campesinos y trabajadores informales o desempleados; el excesivo tiempo dedicado diariamente en el transporte; la utilización abusiva del avión; la excesiva miseria, desempleo y precarización del empleo; las excesivas distancias para el transporte de alimentos; la demasiada utilización de la moneda virtual; la enorme vulnerabilidad del sistema financiero mundial; el estancamiento secular de la economía; la excesiva militarización, racismo y xenofobia en los países del Norte. La emergencia de un gran componente neofascista en esos gobiernos. El reforzamiento de la carrera armamentista. Los enormes riesgos de conflagración por error o por terror debido a la interconexión y avance tecnológico. La introducción de tecnologías extremas, como: inteligencia artificial, la biotecnología, la nanotecnología, la biología sintética, la 5G, el fracking, la robótica, la geoingeniería, entre otras que aceleran el desquiciamiento simbólico del mundo. Abundan las señales de un tiempo Apocalíptico.
Desde hace décadas, este desquiciamiento simbólico global, ha sido advertido y estudiado por diversos autores, muy especialmente por aquellos que han estado ligados a la crítica de las ideas de desarrollo y modernización de los países del Sur y a la pérdida de certidumbres en los países del Norte debida al productivismo, el consumismo y los imaginarios de progreso y avance de la ciencia y la tecnología; también, a quienes han estado ligados a la emergencia de la conciencia ecológica y a la crítica de la economía, como disciplina científica y a la tecnociencia, como forma de crear innovaciones en beneficio del fortalecimiento de la concentración de poder y dinero en muy pocas personas. Estas advertencias tempranas se pueden encontrar en Jacques Ellul, Bernard Charbonneau, Murray Bookchin, Leopoldo Kohr, Herbert Marcuse, Ivan Illich, Andre Gorz, Nicholas Georgescu Roeguen, Corneluis Castoriadis, Jean Robert, entre otros autores que fertilizan el nacimiento en los países del Norte del gran movimiento ecologista de los 70 y más tarde, a principios de este siglo, el nacimiento del movimiento decroissance de Francia del que son muy relevantes Serge Latouche y Paul Aries y del que posteriormente se han derivado diversos movimientos nacionales, como decrescita, decrecimiento, postwachstung, degrowth en Europa y descrecimiento en México.
Estos movimientos atribuyen la aparición de este desquiciamiento simbólico global a las filosofías o epistemologías que han estado detrás del nacimiento de la teoría económica moderna, como son las ideas de escasez y abundancia que han servido a los estados poderosos y a las mayores entidades financieras, para crearlas artificialmente, por medio de nuevas técnicas o tecnologías que se aplican en la producción industrial o en los servicios industrializados y de nuevas disposiciones legales que las apoyan. La ciencia de F Bacon, manipuladora de la materia, se puso más tarde al servicio de la manipulación de la percepción del mundo de las sociedades europeas que se modernizaban, con el fin de imponerles las ideas de escasez y abundancia, y además, los deseos, los temores y las mismas necesidades que convienen a sus muy poderosos manipuladores, por medio de las innovaciones tecnológicas y técnicas de relaciones públicas y publicidad que han reforzado en el último siglo el poderío de los políticos y los financieros. El resto del mundo aceptó estas ideas europeas y estas técnicas estadounidenses.
Por otra parte, las ideas de riqueza y pobreza, impuestas también por la teoría economía moderna, están directamente ligadas al consumo de productos y servicios industrializados que desplazan o desplazaron o a los productos y servicios vernáculos o artesanales, para fomentar así, la dependencia de la moneda, el empleo y el Estado, así como inducir una percepción del mundo muy alejada del respeto a la Naturaleza y a las culturas vernáculas, como lo son las ideas de progreso y desarrollo. De acuerdo con estas ideas, no se puede ser propiamente rico sin consumir y viajar en exceso y desde luego, dedicar mucho tiempo en administrar propiedades y millones de dólares en el banco. Se es pobre por no tenerlos; se vive en la extrema pobreza, con una vivienda sin piso y techo de concreto o metal o ingreso de uno o dos dólares al día. El suelo, el agua y el aire limpios, las relaciones de apoyo mutuo, la pertenencia a una etnia, barrio, pueblo o ciudad y un ambiente libre de violencia y de horas dedicadas diariamente al transporte no tienen cabida en estos conceptos. Los muy contaminantes modos de vida de los más ricos en los países ricos y poderosos o “desarrollados” se han impuesto en el mundo como aspiracionales y se defienden como una conquista de la evolución humana. Por medio de instituciones bancarias para el “desarrollo” se hacen grandes esfuerzos por imponerlos en el Sur Global desde hace muchas décadas.
Las ideas economistas de productividad exigen invariablemente la contaminación de los suelos, las aguas y las atmosferas; exigen la aniquilación de los saberes y los conocimientos milenarios de las etnias; exigen la eliminación de la productividad de la Naturaleza y la sociedad. Las ideas economistas de la competitividad exigen invariablemente la extracción excesiva de materias no renovables, como el gas, el carbón, el petróleo y los minerales; exigen la contaminación del agua y la destrucción de la biodiversidad y el empobrecimiento de la mayor parte de la población humana. La competitividad es una guerra de todos contra todos que se consigue a costa de la degradación de la colaboración entre personas, por medio de una educación (capacitación) brutal, inductora de la violencia en todos los ámbitos de la vida. La economía es una guerra de los que tienen mucho dinero contra el resto de la población humana. La miseria es el resultado natural del aumento de la riqueza de unos pocos. La riqueza financiera crea la miseria de la mayor parte de la humanidad. El proceso económico, como lo han demostrado los estudios recientes sobre la desigualdad, es un proceso suma cero: lo que unos ganan lo pierden los otros. No hay distribución alguna de la riqueza.
Finalmente, después de cuatro siglos de guerras económicas, la teoría económica ha logrado imponerle al mundo la absurda obligación de conseguir, por encima de cualquier otra aspiración, el crecimiento económico infinito en un mundo finito; hacer crecer el Producto Interno Bruto nacional y mundial, alegando que de esta forma aumenta la felicidad e ignorando o negando tanto como sea posible, los daños generados por este crecimiento, en el clima, la ecología y las etnias de los lugares o territorios; el lazo social; las economías de los pueblos, ejidos, barrios y pueblos; la jurisprudencia; la Paz entre las naciones y sobre todo, las certidumbres o valores vernáculos, culturales que han guiado a muchas generaciones, para colocar a la filosofía económica como la religión dominante y a la productividad, la competitividad y el crecimiento como imperativos categóricos. Se impone al mundo la absurda idea de luchar sin descanso por el crecimiento por el crecimiento mismo, sin otro sentido que conservar altas tasas de rentabilidad del gran capital.
El reduccionismo de la ciencia de Bacon se trasladó primero a la teoría económica y luego a una gran parte de las sociedades modernizadas en las que ahora abunda el Homo Oeconomicus u Hombre Unidimensional del que hablaba Marcuse. En este proceso, la economía llega a convertirse en una religión que no sólo profesan los economistas famosos, los financieros y los políticos más poderosos, sino una parte importante de la sociedad moderna. Las ideas económicas, economistas o economicistas definen, moldean, las mentes, el imaginario dominante: las certidumbres, los valores de hoy en día son creados y estimulados por el sistema económico el que por otro lado contribuyen a reforzarlo. La economía se impone por encima de cualquier otra consideración, inclusive del futuro de la misma economía. No obstante, la economía se somete a una sacralidad mayor: la creación de innovaciones tecnológicas que requiere para su conservación, como suprema guía de los intercambios del mundo.
Las caídas o decrecimientos de la economía, creados por los esfuerzos para hacer crecer la economía, empiezan a multiplicarse. Eventos climáticos extremos, pandemias como la del coronavirus, migraciones en gran escala, crisis financieras, muy altos niveles de violencia, entre otros, empiezan a inquietar mucho a una parte de la sociedad que protesta sin cesar: se buscan salidas, opciones y alternativas frente a un sistema político y económico que comienza a volverse intolerable. Se empiezan a radicalizar las propuestas.
El movimiento mexicano por el descrecimiento, con una s, advierte que la ausencia de opciones o alternativas razonables, frente al desastre o colapso climático, ambiental, cultural, social, económico, político y simbólico, puede resultar en la intensificación de las guerras multidimensionales que nos desgarran y reprimen y la multiplicación de los ecocidios y los genocidios; puede significar la muerte y la vida miserable para una gran parte de la humanidad o toda ella. El sistema político y económico, creador del caos en el que vivimos, se defiende y produce en gran escala falsas salidas o soluciones al predicamento global: desarrollo sustentable, economía verde, economía circular, crecimiento verde, tecnologías de fantasía, entre otras quimeras o fantasías.
Por otro lado, el descrecimiento, propone un cambio en nuestra actitud hacia la vida, en nuestro imaginario, para abandonar las ideas degradantes de la teoría económica que ven en la producción y el consumo la única finalidad de la vida humana; propone la descolonización del imaginario social, por medio de cambios radicales en las mentes de una parte de la población, en sus deseo, temores y necesidades, para detonar cambios radicales en la educación, los medios y las infraestructuras; propone, finalmente, la reducción radical del nexo económico entre las personas, por medio de un cambio de creencias.
Para lograr estos objetivos, el descrecimiento propone la reconceptualización de la escasez y la abundancia y de la riqueza y la pobreza, así como la reestructuración radical de los sistemas de producción y consumo- volver a la pequeña producción agrícola y a nuevas formas de cuidados de los niños y los ancianos, la producción artesanal y la redistribución radical de la tierra, el trabajo y los ingresos. Desde luego, reducción radical de los tiempos dedicados al trabajo y la concentración del poder y la riqueza.
El planteamiento estratégico del descrecimiento consiste en la RELOCALIZACIÓN DE LA PRODUCCIÓN Y EL CONSUMO: producir una parte importante de lo que se consume en la comunidad o en la cuenca o ecorregión, en ellas mismas, por medio de la recuperación de la autonomía de las comunidades en los asuntos de agua, el cuidado de las especies vegetales y animales y la extracción de materias no renovables, así como de la gestión de los residuos secos. El descrecimiento, a diferencia del decrecimiento, implica la voluntad individual y colectiva de recuperar el buen vivir, la alegría y la comunidad territorial. Entraña una rebelión contra la extinción de la especie humana, impulsada por quienes detentan el mayor poder en el mundo.
Miguel Valencia Mulkay
ECOMUNIDADES, Red Ecologista Autónoma de la Cuenca de México.