Por Cecilia M. Briceno-Garmendia
(Del Banco Mundial para Grilla en el Poder) Es necesario reducir urgentemente las emisiones de carbono generadas por el transporte. Todas las herramientas de descarbonización, incluida la movilidad eléctrica, están sobre la mesa. Para los países en desarrollo, la transición hacia la movilidad eléctrica ya no es una cuestión de ‘si’, sino de ‘cómo’ y ‘cuándo’.
La contaminación también podría ser un aliciente para la movilidad eléctrica en Oriente Medio y el norte de África: los confinamientos urbanos y la consiguiente disminución del uso de vehículos de combustibles fósiles durante la pandemia de COVID-19 mejoraron la calidad del aire en El Cairo, Riad, Beirut, Yeda, Bagdad y otras ciudades (i) de la región.
A través del Proyecto de Gestión de la Contaminación Atmosférica y el Cambio Climático en el Gran Cairo se analiza la posibilidad de conformar una flota de autobuses eléctricos y desarrollar la infraestructura necesaria, mientras que el equipo de Infraestructura del Banco Mundial para Oriente Medio y Norte de África está examinando los desafíos que enfrenta esta región para desarrollar soluciones técnicas, normativas y financieras que permitan ampliar la movilidad eléctrica, centrándose primero en Egipto, Marruecos y Jordania.
La movilidad eléctrica va más allá de las carreteras e incluye los ferrocarriles urbanos, como en Buenos Aires, donde los préstamos otorgados por el Banco Mundial por más de USD 900 millones tienen como objetivo electrificar y mejorar dos líneas ferroviarias clave: una que brinda servicio a algunos de los barrios de bajos ingresos más vulnerables de la ciudad y otra que conecta el distrito comercial central con los suburbios del norte y el oeste.
Con estos proyectos se busca ofrecer un servicio más seguro, más rápido y de mayor frecuencia. Esto representa una mejora notable para las mujeres, que dependen más del transporte público e informal que los hombres: casi las tres cuartas partes de las mujeres que lo utilizan dicen que no se sienten seguras allí.
Muchas de las mejoras responden específicamente a estas inquietudes: luces nuevas y más potentes, cámaras de seguridad y puestos de emergencia. Además de beneficiar a los pasajeros, gracias a este proyecto una línea ferroviaria pasará del diésel a la electricidad, lo que reducirá las emisiones de gases de efecto invernadero derivadas del transporte.
Además, las modificaciones en la infraestructura se diseñarán de manera tal que puedan soportar fenómenos meteorológicos extremos y otros riesgos climáticos.
“Es necesario reducir urgentemente las emisiones de carbono generadas por el transporte. Todas las herramientas de descarbonización, incluida la movilidad eléctrica, están sobre la mesa”, afirmó Cecilia M. Briceño-Garmendia, economista principal de la Práctica Global de Transporte del Banco Mundial y autora principal del informe. “Para los países en desarrollo, la transición hacia la movilidad eléctrica ya no es una cuestión de ‘si’, sino de ‘cómo’ y ‘cuándo’”.