El 30 de julio de 1968 un grupo de granaderos derribó con un bazucazo la puerta colonial de la que fuera la Escuela Nacional Preparatoria, ubicada en el Colegio de San Ildefonso, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, con el afán de controlar las protestas estudiantiles que habían realizado días antes alumnos del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). A 50 años de ese suceso, la comunidad académica recordó los hechos para que no se repitan.

Rosaura Ruiz Gutiérrez, integrante de la Junta de Gobierno de la UNAM y expresidenta de la Academia Mexicana de Ciencias, formó parte de las protestas como estudiante de la Escuela Nacional Preparatoria No. 4. Consideró que haber participado “fue una combinación de sentimientos porque, por un lado, era la alegría de los jóvenes que exigían sus derechos que defendían al pueblo y luchaban por más educación, y por otro, enfrentaron a un gobierno represor terrible. Para mí fue impactante, el movimiento estudiantil me cambió la vida”.

Su compañero de escuela era el hoy rector de la UNAM, Enrique Graue Wiechers, quien también se sumó a las protestas pacíficas que tenían entre sus lemas “Seamos realistas, hagamos lo imposible”, acuñada por el filósofo Herbert Marcuse. Ruiz Gutiérrez relató que en esos días ella era brigadista, “boteaba” en las calles para recaudar dinero para las mantas y carteles que se empleaban en las marchas.

“Fue un aprendizaje intensivo de política para defender los derechos del pueblo mexicano contra un gobierno represor. Desgraciadamente, siguen las limitaciones a la libertad de expresión y de manifestación. Es una muestra terrible de que en México todavía suceden cosas inaceptables y por eso seguimos exigiendo que se aclaren los hechos ocurridos en Ayotzinapa en 2014. No podemos permitir que ese tipo de masacres sigan ocurriendo”, dijo la bióloga.

Por su parte, Elva Escobar Briones, directora del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología de la UNAM, indicó que la conmemoración — celebrada el lunes — era fundamental. Tiene el recuerdo de la niña que veía a sus padres organizarse para participar en las protestas por la toma de las instalaciones de la UNAM: “Crecí con la visión de que la Universidad tiene que ser libre; mi padre, Alfonso Escobar Izquierdo, miembro de la Academia Mexicana de Ciencias, fue a cada una de las marchas a defender la autonomía”.

Acostumbrada a la libertad de expresión que se ejercía en casa, y a que la investigación y la educación son lo más importante para construir un país que requiere enfrentar retos y desafíos en el siglo XXI, la también integrante de la AMC destacó que entre pláticas de sus papás y sus amigos se hablaba de la urgencia de recuperar los espacios tomados por el Ejército, y la necesidad de demandar una mayor y mejor investigación científica en el país.

“Creo que hay una resiliencia que ha permitido que a pesar de que fueron tiempos difíciles en los que se derramaron lágrimas y sangre, lo que hicieron estudiantes, maestros, investigadores y sociedad en general fue muy valioso y es lo que nos permite tener el México de hoy en el que se han ganado una gran cantidad de libertades, las cuales nos permitirán avanzar”.

Enrique Graue Wiechers, al encabezar la ceremonia para conmemorar el inicio del movimiento estudiantil de 1968 con el bazucazo el 30 de julio, destacó la participación del entonces rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, quien defendió la autonomía de la Universidad y los derechos de los estudiantes que fueron reprimidos con brutal violencia.

Graue narró que se suspendieron actividades en escuelas y facultades. “Barros Sierra, con la bandera a media asta en señal de duelo y protesta, convocó a una manifestación para hacer pública la indignación de la Universidad”, Comentó que uno de los derechos más preciados que defiende la máxima casa de estudios desde entonces es la autonomía, además de la libertad de pensamiento, de reunión y de expresión.

Como uno de los capítulos más brillantes y al mismo tiempo más infaustos de la historia, describió Gerardo Estrada Rodríguez, miembro del comité universitario de conmemoración y exparticipante del movimiento estudiantil del 68, los hechos ocurridos hace medio siglo. Indicó que todo comenzó cuando estudiantes protestaban por abusos y excesos cometidos por la policía los días 22 y 23 de julio en la Ciudadela contra alumnos de la UNAM y el IPN, debido a una pelea después de un partido callejero de futbol americano.

Los siguientes días se dieron las reuniones, protestas y escaramuzas que dieron origen a este movimiento. “No logramos salir de nuestro azoro ante el tamaño del recurso de fuerza al que había recurrido el Estado. Ciertamente, se habían lanzado algunas bombas molotov e incendiado camiones en los enfrentamientos con la policía, expresiones que ya se habían visto en años anteriores y en meses pasados en París, Francia”.

En el aire de la época se respiraban cambios irreversibles, “una revolución cultural invadía al mundo”, dijo Estrada Rodríguez, como “la comercialización de la píldora anticonceptiva, la cual liberaba a las mujeres de embarazos no deseados; las canciones de The Beatles se volvían el himno de la juventud y numerosas revueltas juveniles en Berkeley, París, Columbia, Berlín, Ankara, Praga, entre otras ciudades. El tono era pacífico, libertario y lúdico”.

En la ceremonia conmemorativa del cincuentenario del inicio del movimiento estudiantil del 68, realizada en el auditorio de la planta principal de la torre de rectoría de Ciudad Universitaria, Gonzalo Zurita Balderas, consejero universitario y alumno de la Facultad de Filosofía y Letras, dio un discurso sobre cómo interpreta un joven lo acontecido hace 50 años. En el acto también participó Leonardo Lomelí Vanegas, secretario general de la UNAM.

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