Días después del terremoto que sacudió a la Ciudad de México, el 19 de septiembre de 1985, Jorge, profesor e investigador de la Facultad de Ingeniería (FI) de la UNAM, observó que en algunos sitios ocurrieron hundimientos súbitos anormales como consecuencia de la magnitud (8.1) de dicho temblor, y los registró fotográficamente.
El conocimiento que se tenía en esa época no bastaba para explicar cabalmente esos hundimientos en suelos limo-arcillosos, que sirven de asiento a buena parte de la capital del país, por lo que Díaz Rodríguez comenzó a estudiar a fondo este fenómeno.
Planeó una serie de experimentos en laboratorio para simular el efecto de los sismos en muestras de suelos tomadas del parque Ramón López Velarde, ubicado frente al Centro Médico Nacional Siglo XXI, y de la Alameda Central.
“Comprobé es que los hundimientos súbitos se podían reproducir en laboratorio con un equipo diseñado y fabricado por mi grupo de investigación. La intención era demostrar, en forma simple, cómo una muestra de suelos de la Ciudad de México es afectada por una carga estática a la que se le superpone una carga cíclica. El resultado fue un hundimiento súbito”, explicó.
Díaz Rodríguez publicó sus resultados preliminares, pero el desinterés de la población y de la comunidad científica, además de la falta de recursos económicos, obligaron a aplazar el proyecto.
A 33 años de aquel terremoto, y a uno del ocurrido el 19 de septiembre de 2017, decidió retomar su estudio y sus experimentos en laboratorio para saber cómo ocurren los hundimientos súbitos durante un sismo de gran magnitud.
Lagos
Hace 700 mil años, una gran actividad volcánica formó una cortina natural –la sierra de Chichinautzin– que cerró la cuenca del Valle de México y obstruyó el drenaje que iba al río Balsas. Por esta razón, el agua se almacenó en esta cuenca y generó varios lagos: Zumpango, Xaltocan, Texcoco, Xochimilco y Chalco.
Los ríos que descendían de la sierra circundante depositaron materiales diversos en esos lagos. La parte central de la cuenca se fue llenando con acarreos limo-arenosos y limo-arcillosos, y con cenizas y restos de piedras pómez provenientes de los volcanes del sur.
Al pie de la sierra, y por el brusco cambio de pendiente de los ríos, se crearon grandes depósitos aluviales de composición variable. Con el paso del tiempo, esta combinación de material volcánico lacustre dio origen a los suelos limo-arcillosos de buena parte de lo que sería el subsuelo de la Ciudad de México; además, las condiciones ambientales propiciaron la proliferación de diatomeas (algas unicelulares), lo que les proporcionó propiedades singulares.
Datos satelitales
A partir de datos recabados por el satélite Sentinel 1A, de la Agencia Central Europea, el Centro de Investigación en Ciencias de Información Geoespacial (CentroGeo-CONACyT) divulgó que algunas zonas de la Ciudad de México –Coyoacán (su parte norte), Benito Juárez, Venustiano Carranza, Iztapalapa (parte norte) y Gustavo A. Madero (noreste)–, y Nezahualcóyotl, en el Estado de México, sufrieron hundimientos relativos de hasta 25 centímetros después del sismo del 19 de septiembre del año pasado.
Asimismo, instrumentos robotizados registraron hundimientos súbitos de cinco centímetros en el terreno donde se construye el nuevo aeropuerto.
“Mediante la experimentación en laboratorio se puede comprender mejor el fenómeno y planear las medidas de mitigación o remediación”, remarcó el universitario.
En el diseño del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México se consideraron muchos factores, pero no los que intervienen en los hundimientos súbitos, porque hasta la fecha nadie los conoce a cabalidad ni sabe cómo actúan. De aquí la trascendencia de este estudio.
“Soy un investigador básico, no hago investigación para ninguna obra determinada. Cuando detecto un fenómeno que me interesa, lo estudio no sólo por el interés científico, sino para ser útil a la sociedad”, concluyó.