Dormir adecuadamente es muy importante. Si no se da el sueño adecuadamente y se empieza a tener restricciones, pueden presentarse consecuencias muy graves en el organismo, las de corto plazo tienen que ver con el deterioro de las funciones ejecutivas, es decir, se pierde memoria de trabajo, la coordinación psicomotora, y se pierde la atención.

En periodos de días, semanas y meses el impacto de la restricción de sueño en la salud se manifiesta a diferentes niveles, señaló Javier Velázquez Moctezuma, investigador fundador de la Clínica de Trastornos del Sueño de la UAM-Iztapalapa, durante el webinar Sueño y salud mental durante la pandemia, organizado por la Academia Mexicana de Ciencias (AMC).

El investigador, quien habló de las consecuencias del aislamiento y restricción de sueño, señaló que hay mucha literatura que apoya la idea que la restricción de sueño es una de las condicionantes más importantes para el sobrepeso y para la aparición de diabetes.

Uno creería que la ingesta de grasas es lo más importante para ganar peso, pero lo más importante es la restricción de sueño. Algunos metaanálisis sugieren que la restricción de sueño tiene tanto peso en la diabetes como lo tiene la conducta, la herencia o la alimentación.

“Desde la medicina, regular el sueño para que aparezca de manera normal, es una condición de salud pública primordial porque hay una relación muy estrecha entre el sueño adecuado en cantidad y calidad con la respuesta inmune. En esta situación de pandemia, lo deseable es que el virus no nos alcance, y si lo hace ojalá lo haga con una carga viral pequeña, que nos agarre en buenas condiciones de salud y que nos agarre bien dormidos”.

Durante su participación en esta reunión virtual, Yoaly Arana Lechuga, investigadora del Departamento de Neurofisiología y sueño del Centro Médico ABC, habló de las consecuencias que pueden presentar las personas con horarios de sueño irregulares, con muchas horas a la exposición a la luz y de la urgencia de buscar medidas de mitigación.

“Ante esta pandemia, el sueño podría ser nuestro mejor aliado o un enemigo, en el caso que no estemos durmiendo adecuadamente”.

Comentó que la salud mental y el sueño tienen una correlación bidireccional, si nosotros comenzamos a dormir mal se empezarán a detectar problemas en el estado de ánimo; y no necesitamos dormir mal durante mucho tiempo o tener un trastorno de sueño crónico para experimentarlo, todos lo hemos sentido, si dormimos mal una noche, a la mañana siguiente estamos muy irritables, tenemos problemas para controlar nuestro estado de ánimo, incluso podemos llegar a ser violentos, si tenemos tendencia a esa conducta.

Si dormimos mal de manera aguda, por varios días, además de estar muy intolerantes e irritables, también vamos a presentar trastornos o problemas de ansiedad o depresión.  Aquellas personas que ya presentan problemas por ansiedad o depresión sufren de problemas de sueño. Es decir, “si dormimos mal se afecta la salud mental y si tenemos un problema de salud mental se exacerban los problemas de sueño”.

La investigadora señaló que en una encuesta, llevada a cabo entre el 28 de marzo y el 18 de abril, se obtuvieron respuestas de 1,203 personas que voluntariamente accedieron a contestar los cuestionarios. Entre estos últimos se incluyó el Índice de la Calidad de Sueño de Pittsburgh, así como otras pruebas que nos permiten detectar la presencia de síntomas de ansiedad o depresión.

En los resultados preliminares, los investigadores involucrados (entre ellos Velázquez Moctezuma, Arana Lechuga y Guadalupe Terán Pérez) encontraron que el 63% de la población está durmiendo seis horas o menos, lo que representa una restricción crónica de sueño, lo cual va a repercutir en el estado de ánimo e incrementar el riesgo de enfermedades crónicas. Datos previos a la pandemia referían que el 28% dormía siete horas o menos.

Además, en la encuesta realizada, más del 50% refirió dormir mal, es decir, que la calidad del sueño era mala.  El 48% de las personas presentó síntomas o valores anormales en la ansiedad. Cerca del 39% presentaba rasgos de depresión, un dato significativamente más alto si se compara con datos de otros años pero fuera del contexto de la pandemia.

En este sentido, Guadalupe Terán Pérez, del Centro de Sueño y Neurociencias, expresó que otro de los aspectos que se ha visto modificado es la sobreexposición a los dispositivos electrónicos. “En el estudio preguntamos a los encuestados cuántas horas al día pasan frente a una pantalla (celular, televisión, consola de videojuegos, tableta, computadora, etcétera); el promedio de uso diario es de seis horas. Este dato se correlaciona de forma negativa con la calidad de sueño; es decir, a mayor tiempo de uso de los dispositivos electrónicos durante el día, se reporta peor calidad de sueño.

Además, 65% de los encuestados llevan a cabo esta actividad primordialmente justo antes de intentar dormir, lo que podría estar condicionando el incremento de la latencia para conciliar el sueño. Cabe recordar que la luz que emiten los dispositivos se ubica, en su mayoría, dentro del espectro con una mayor concentración de luz azul. La exposición a esta luz antes del sueño no permite que se libere melatonina, una neurohormona secretada por la glándula pineal como respuesta a la oscuridad y responsable de la sincronización de varios ritmos circadianos.

Por otra parte, dijo, hemos señalado que la restricción de sueño se acompaña, entre otras muchas manifestaciones, de cambios en el estado de ánimo que con gran frecuencia tornan al sujeto en una persona irritable. En condiciones de limitación de la movilidad, aislamiento social y hacinamiento, las circunstancias se vuelven muy delicadas para la adecuada interacción del grupo o la familia, por lo que la evidencia del incremento de denuncias por violencia doméstica se puede explicar por esta restricción de sueño.

Los participantes del webinar concluyeron que la falta de interacción social y el exceso de exposición al internet y a los dispositivos electrónicos actuales generan desequilibrios en la fisiología cerebral que se han de manifestar como alteraciones de los ritmos circadianos, deterioro de la calidad de sueño e incremento de manifestaciones de condiciones mentales relacionadas con la ansiedad y la depresión.

Adicionalmente, un alto porcentaje de la población también enfrenta serias dificultades para solventar su aprovisionamiento cotidiano, lo que obliga a muchas personas a salir a buscar el sustento para sus familias en condiciones de poca seguridad.

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