A Carlos Bracho, siempre en guardia
Reservados al hablar, con seguridad en sí mismos, se expresan con suavidad y firmeza, su palabra lleva una fuerte carga de discernimiento y reflexión. Encauzan con precisión sus esfuerzos e intenciones sin hacer publicidad de sus enormes logros. No temen al hecho de que la “empresa es grande viendo su fuerza pequeña”.
Hay que mirar a fondo para imaginar la importancia y trascendencia de sus proyectos. Muchos de ellos provienen de familias acomodadas, pero asumen con estoicismo implacable y desconcertante naturalidad su condición de pobreza.
Son dedicados, incisivos, asertivos, audaces y temerarios. No conocen límites terrenales pues su corazón se resguarda tras los sólidos muros del Evangelio, su única y persistente guía. La resiliencia y el discernimiento les acompañan.
Los papas reconocen su valía, les asignan los trabajos más difíciles en los sitios más inhóspitos pero los Jesuitas no sé arredran, no se asustan, pertenecen a una hermandad con espíritu militar, son los hombres de la Compañia de Jesús, los científicos mejor preparados, los pedagogos más actualizados, los ingenieros mejor equipados, los soldados más disciplinados. Saben arriesgarse y asumen con entereza las consecuencias de sus errores.
Van por el mundo remontando obstáculos logrando lo imposible demostrando una Fe que no consiste en creer en lo que no se ve sino en construir lo que no existe.
Son realistas y pragmáticos, pero se atreven a soñar. Cuando ven un enorme vacío en el horizonte, se entregan a construir un mundo nuevo, un nuevo comienzo que deje atrás los errores, las imperfecciones, la maldad y la injusticia. Toman aire, otean el horizonte, miden el territorio, concilian voluntades y se embarcan con el ánimo bien dispuesto a construir la utopía, ladrillo a ladrillo, piedra a piedra.
Por donde pasan, hay un halo de excelencia empresarial que alienta a los pobres a liberarse de la miseria creando sistemas económicos que benefician directamente a la gran mayoría de la población.
Así hicieron en Paraguay donde crearon un verdadero Imperio de progreso espiritual y material, para ellos no hay contradicción, en el que todos, absolutamente todos, tuvieron un trozo justo del paraíso. Nadie quedó fuera del banquete, únicamente los poderosos caciques que luego supieron dinamitar el proyecto.
También lograron la utopía en Los Llanos de Venezuela, en el centro de México, en las Californias como me contó el historiador colombiano Jorge Enrique Salcedo Martinez SJ.
En 1594, de manos de Felipe II, el Jefe de Estado de casi todo el continente americano, recibieron Cédula Real un 6 de Abril con la autorización para "colonizar y evangelizar el país de las lagunas" una enorme región semiárida bañada por dos ríos, El Nazas y el Aguanaval en la que vieron un enorme potencial oculto por la sabana de la aridez. Con voluntad y empeño visllumbraron un enorme espacio fértil para cultivar la libertad y se lanzaron a construir la utopía.
Durante más de doscientos años protegieron con su apoyo institucional y asesoría jurídica la creación de un emporio vitivinícola en manos de miles de pobladores tlaxcaltecas propietarios de menos de 2 hectáreas cada uno. Se creó un sistema de mano de obra flotante independiente, profesional y especializada para atender las necesidades de los pequeños vitivinicultores.
Se reglamentó con precisión y justicia el estricto manejo del agua. Parras se convirtió en el sitio más rico del Norte.
Los laguneros produjeron la mitad del vino legítimo de uva que se consumió en la Nueva España de 1620 a 1820 vendiéndolo al mismo precio que el vino español. Por su condición de “pobladores de frontera” recibieron muchas concesiones entre ellas la exención de impuestos que defendieron con éxito en tribunales cuando las autoridades se echaban para atrás. Supieron reinvertir sus capitales provenientes de gigantescas utilidades legítimamente obtenidas.
Los tlaxcaltecas, esos aguerridos trabajadores y empresarios forjadores del Norte de México, florecieron en La Laguna, su segunda y más sólida casa.
En 1767 el rey Carlos III decreta la expulsión de la orden de los Jesuitas de todo el Imperio Español hiriendo con tan grave y radical injusticia al Norte de México que debe a los Jesuitas y a los tlaxcaltecas su visión de apertura al cambio y de esfuerzo constante derivado de su voluntad y su elevada auto estima.
Poco tiempo después, en 1786, como si la utopía lagunera requiriera otra estocada para doblegarla, reorganiza las Provincias Internas y divide en dos a La Laguna entregando cada mitad a los estados de Durango y Coahuila de reciente creación.
A pesar de llevar doscientos años artificialmente dividida con la consecuente pérdida de energía productiva, La Laguna, que fue autónoma durante casi doscientos años, sigue latiendo con fuerza no en las interesadas venas de sus líderes sino por las curtidas arterias de la gente común, de los laguneros de entraña viva.
Me aferro a la esperanza y me empeño junto a muchos a recuperarla.
Creo en la utopía, soy lagunero.