*Pioneros de la revolufia II
Asesinaron a Carranza, a Villa, a Zapata, a Álvaro Obregón y a muchos otros revolucionarios… Incluyendo antes a Francisco I. Madero.
Aprendieron a cambiar la Constitución y utilizarla para sus propios fines.
Validaron oficialmente la “reelección” en la elección de Álvaro Obregón.
Supieron “deshacerse” de los políticos opositores y colocar a “los suyos” en los puestos políticos.
Pero el país seguía en la búsqueda de encontrar una “nueva forma” de gobierno.
¿Qué siguió?
Dice el mismo texto de la semana pasada:
“Existen diversas versiones sobre el asesinato de Obregón. Unos dicen que lo mandó asesinar Calles. Otros más, que fue obra de los cristeros —ya que sus asesinos se relacionaban con el clero, el “padre Pro”, la madre Conchita, etc. —. Otros aseguran que fue Luis N. Morones, uno de los principales líderes obreros que —se dice— aspiraba a la presidencia.
Lo cierto es que la reelección constitucional fue aprobada durante un breve lapso, entre 1927 y 1928.
Después de la muerte de Obregón, se volvió a quitar esta enmienda de la Constitución.
Uno de los principales apoyos de Obregón en el Congreso para modificar la Constitución, fue el poderoso e influyente cacique potosino, Gonzalo N. Santos… De quien habría mucho más que platicar.
Obregón ganó las elecciones prácticamente sin rivales, pero su asesinato dejó un nuevo vacío de poder.
Después de él llegó a la presidencia Plutarco Elías Calles, entre 1924 y 1928.
En 1928 los generales Serrano y Gómez provocaron un nuevo levantamiento aspirando llegar a la presidencia de la República.
Pese a ello, los dos generales fueron asesinados en el poblado de Huitzilac, Morelos.
Con el fin de normalizar la vida política del país, Calles declaró en su último informe de gobierno: “El país dejó atrás la era de los caudillos y ahora se inicia el momento de las instituciones” y sentó las bases para fundar el Partido Nacional Revolucionario (PNR) en marzo de 1929, antecedente del PRI.
El Congreso nombró un presidente interino —que estaría en funciones hasta que se convocara a nuevas elecciones— y se nombró al tamaulipeco Emilio Portes Gil, quien estuvo en la presidencia de 1929 a 1930.
Portes Gil realizó una nueva limpieza de los gobernadores que eran partidarios de Obregón y convocó a elecciones en 1930 en las que resultó electo Pascual Ortiz Rubio.
En estas elecciones, destacó el intelectual más reputado de la época, José Vasconcelos, quien dedicó su campaña a denunciar persistentemente la corrupción que imperaba en el gobierno… Principalmente en el período Callista.
A Ortiz Rubio se le identifica con la figura de Calles.
En más de una ocasión consultaba a Calles para la toma de alguna decisión importante, igual que lo hizo Portes Gil.
En su informe de gobierno, en septiembre de 1932, presentó su renuncia irrevocable, ya que no había podido acabar con la influencia de Calles en distintas esferas del gobierno.
A la renuncia de Ortiz Rubio, el Congreso designó al general Abelardo Rodríguez como presidente interino, para concluir el período hasta 1934.
La figura de Abelardo Rodríguez quizá no mereciera un comentario especial, si no fuera por su prodiga carrera como empresario y promotor de una gran cantidad de industrias, negocios y diversas empresas de servicios, justamente en el momento en que el país se encontraba en la búsqueda de su desarrollo económico”.
Pero antes de hablar de él, veamos lo que sucedía a su alrededor.
CUERNAVACA Y SOLDADOS
“Los nuevos ricos de la Revolución —aquellos que después de las sangrientas guerras civiles— accedieron al poder, empezaron a hacer alarde de su riqueza y su insípida ostentación.
Se convirtieron en industriales, dueños de grandes haciendas, directores de lujosas “casas de juego”, promotores de bancos y glorificados funcionarios.
En 1928, Manuel Gómez Morín (fundador del PAN) renunció a la presidencia del consejo de administración del Banco de México. ¿El motivo?, fue el altísimo nivel de los préstamos a las compañías agrícolas de El Mante, propiedad del general Calles.
En Cuernavaca —el lugar de la “eterna primavera”— los victoriosos caudillos de la Revolución Mexicana, construyeron hermosos jardines. Suntuosos bulevares. Hogares palaciegos. El Casino de la Selva, con su salón de juego y su cabaret. Así como el Country Club, dotado de restaurante y mesas de ruleta.
En el Country Club se encontraba un cuadro al oleo con la efigie de Calles, luciendo un traje de golf y blandiendo un taco. En sus jardines, los creadores de “la nueva libertad mexicana”, eran atendidos por soldados, que la hacían de “caddies”.
Los soldados cuidaban los jardines particulares o privados. Los soldados vigilaban sus bienes y sus vidas. Los soldados recorrían el camino que conduce a la capital —como medida precautoria contra los bandidos—.
Cuernavaca se convirtió en un fabuloso lugar de atractivos, aseguraba el diario The Nation, del 10 de abril de 1935.
En Cuernavaca, en la misma calle que el general Calles tenía su hogar palaciego y el embajador norteamericano, Dwight Morrow, tenía el suyo, se conoció entre el pueblo como la Calle de Alí Babá”.
¿Alguna diferencia con lo que sucedió después?
LOS TRES PELELES
"Los historiadores y científicos sociales, han sido implacables contra Abelardo Rodríguez.
Se le considera uno de los tres peleles —o marionetas— del Callismo.
No lo tachan de menos que instrumento dócil del Maximato Callista —nombre proveniente del término "Jefe Máximo de la Revolución”— pieza básica de la negra historia de México entre 1924 y 1935.
Es común escamotearle independencia de decisión a los tres presidentes que se turnaron el poder en esos años.
Resulta muy difícil definir con claridad la simbiosis que se da entre el enriquecimiento de los funcionarios, sea por su participación empresarial o por el manejo del poder en su propio beneficio.
Es imposible vislumbrar la línea divisoria entre los procedimientos legales y los ilegales.
Un hecho es innegable: el uso del poder —desde los distintos niveles de la administración pública— se tradujo en el enriquecimiento personal de muchísimos funcionarios”.
La historia de Abelardo Rodríguez nos dará luz sobre este asunto.
LA CUEVA DEL DELFÍN
Una cosa se mantiene intacta… “El presidente tiene siempre la razón”.
¡Vientos huracanados!, si no me encarcelan en Cuernavaca nos veremos por acá el próximo sábado...
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