*1968: Amor y paz; 2019: abrazos no balazos

El amor y paz de los sesenta se ha convertido en “abrazos no balazos” y más allá de la escasa creatividad en el lenguaje, lo cierto es que cada minuto la percepción de inseguridad se incrementa aunada a la de impotencia para poner remedio al brote de las inclinaciones más bestiales y pervertidas, incluso de personas cercanas a las que creíamos conocer.

No es la intención la de incrementar el lado de quienes todo lo critican y parecen haber perdido la posibilidad de ver más allá de una postura. Sí es cierto que hasta las madres de familia son capaces de robar la bolsa a una congénere en el súper o en un restaurante; también lo es que los liderazgos de muchas pandillas hoy se depositan en mujeres y que es en este ámbito donde mejor pagan a las contadoras, economistas, expertas en mercadeo y hasta abogadas. ¿Quién gana con la identificación de las reivindicaciones feministas al estilo porril preparatoriano? ¿Se puede decir que estamos en un estado de derecho cuando tipos delictivos como los que describen una lucha entre dos grupos o personas, siempre quedan impunes?

En aras de la defensa de los derechos humanos, una manifestación –múltiple- en más de las veces con más de una persona y mínimo dos grupos en los cuáles no hay espacio para el razonamiento y sí todo abierto a los insultos, las agresiones y toda suerte de altercados, ha sido borrada de algunas legislaciones en el mundo.

Si las agresiones tumultuarias resultan en daño físico –en su propiedad o en su persona- ¿hay forma de resarcir el daño al “ofendido”? Aun cuando la mayoría de los ministerios públicos, fiscales e incluso investigadores –peritos o no- nunca han leído Fuente Ovejuna, parecen condicionados por la respuesta de esos asesinos del comendador.

¿Por eso actúan con absoluta “libertad” los actores de peleas tumultuarias? Quien tiene más temor ¿los actores embozados que ocultan su rostro o los guardianes del orden que evitan exponerse a agresión física o la mediática?

Yo aprendí –y todavía algunas legislaciones en el planeta lo sostienen- que al tipificar como delito la riña una de sus características es la ausencia de normas, lo cual puede resultar en lesiones graves y en grado extremo la muerte, pues el bien jurídico protegido es la vida y la integridad física.

¿Hay agravantes si quien asiste a una manifestación multitudinaria lleva armas –de fuego, punzo cortantes de ignición, de componentes químicos, etc.- y por lo mismo produce, cuando menos, miedo a quienes no están en su grupo?

Otro de los elementos presentes en las luchas, peleas o riñas callejeras es que se dan en lugares públicos[1], que los perpetradores son varios y se ofenden mutuamente, que hay dificultad para determinar quien es el agresor y quien el agredido o que las ofensas casi siempre son confusas, violentas y cuando menos desordenadas.

Es aquí donde el tema de pruebas se dificulta y por razones más políticas que jurídicas, la autoridad prefiere mirar para otro lado o como decían las abuelas “lavarse las manos”

¿Qué le ocurre a la humanidad para estar presta a embarcarse en pleitos tumultuarios y venganzas irracionales como los linchamientos?

¿Qué o quien incentiva este tipo de reacciones cada vez más comunes en las calles de las ciudades y los pequeños pueblos?

Parecería que uno de los más grandes logros de grupos que se consideran víctimas en la historia: los pobres, los marginados -por edad o condición- las mujeres, los migrantes; es la posibilidad de expresar su sentir sin que nadie se los impida.

¿Esta circunstancia justifica que un grupo rijoso pueda destruir y agredir? Los afamados “anarquistas post modernos” del planeta, ¿saben que hay leyes donde la pena derivada de la participación en riñas multitudinarias se agrava cuando se realizan con el rostro oculto o derivan en actos de pillaje?

Por supuesto que nadie espera brincar la raya para retroceder a circunstancias jurídicas como las que justificaban el delito de disolución social hasta finales de los sesenta en el siglo pasado; pero sin llegar a correr el riesgo de ser considerado autor de cualquier delito masivo [2] si resulta urgente acciones de información, concienciación y prevención, a fin de evitar violencia y pillaje mayores a lo que se reclama.

¿A quién le toca eso en un México que parece ahogado en la urgente demanda de venganza? ¿Porque los feminicidios están aumentando? ¿No se esperaría lo contrario luego de las potentes manifestaciones de fuerza de las féminas?

Lo que no podemos –ni debemos- ocultar es que se justifica el miedo, en un entorno en el cual la fiereza para matar mujeres –jóvenes, solteras, esposas, novias, madres y abuelas- no solo es obvia sino se ha convertido en un elemento de rating carente de ética.

Y lo que también abona a la proliferación de este delito es la forma en que comienza la criminalidad, con personas que pueden infringir la ley: tirando basura, ocupando ilegítimamente el espacio público –para actividades comerciales informales- abusando de compañeros de trabajo o escuela, robando –en todas las modalidades en casa comercio, vía pública, transporte- vendiendo droga, sobornando y por supuesto inventando normas –reglamentos decretos, leyes- que justifiquen el asalto fiscal a los gobernados.

Las mujeres corren el riesgo de perder los puntos ganados, si privilegian el camino de la disputa, la reyerta y el altercado vacuo. Igual destino les espera a los pobres, los excluidos y hasta los universitarios, cuya respuesta porril se convierte en el principal escollo a su superación académica, política y social.

[1] Calles y avenidas, estaciones de metro, plazas, colindancias de monumentos

[2] Si hay muerte o lesiones y no se puede determinar quien la perpetró, se considera autores a todos los que ejercieron violencia física sobre el afectado.

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