La Ciudad de México está expuesta a los sismos interplaca que se dan por el contacto entre dos placas, a los intraplaca, que se presentan dentro de una placa tectónica que se introdujo por  debajo de otra; y los corticales, que tienen origen dentro de la placa continental (en nuestro caso la de Norteamérica), por lo que estar preparados para estos fenómenos naturales es imprescindible, ya que no se sabe cuándo será el siguiente movimiento telúrico, ni qué magnitud tenga, indicó Xyoli Pérez Campos, jefa del Servicio Sismológico Nacional (SSN).

Durante la presentación ayer del número actual de la revista Ciencia, publicación de divulgación científica de la Academia Mexicana de Ciencias, dedicado a los sismos, Pérez Campos explicó que el territorio mexicano se encuentra dividido entre cinco placas tectónicas que interactúan entre sí: Norteamérica, Pacífico, Caribe, Cocos y Rivera.

“Los temblores se originan por el movimiento, la fricción y la deformación de las placas tectónicas, que algunas veces se mueven lateralmente una respecto a otra, se mueven y se separan, o chocan y una se hunde bajo la otra (subducción), esto significa que la placa oceánica (que es más densa) se mete por debajo de la placa continental, se acumula energía y deformación y al romperse la fricción se genera un sismo”, explicó la especialista.

Así, la ruptura y el deslizamiento de estas placas se traduce en liberación de energía en forma de ondas elásticas que se propagan por un medio. Las ondas sísmicas tienen dos tipos de ondas: de cuerpo y superficiales. Las primeras están conformadas por las ondas P (llegan primero y el movimiento es de arriba hacia abajo) y las ondas S (llegan después y el movimiento es transversal).

En lo que se refiere a las ondas sísmicas superficiales, estas son más lentas y están conformadas por las ondas de Love, que se mueven de un lado a otro, y las ondas de Rayleigh, cuyo movimiento es en elipse. “Y aunque en México se suele decir que un sismo fue trepidatorio u oscilatorio, la realidad es que se presentan los dos movimientos durante el evento”.

Como parte de la charla, que tuvo lugar en el Centro Cultural de España en México, titulada ¿Qué son los sismos, dónde ocurren y cómo se miden?, la investigadora señaló que para saber en dónde se originó un sismo se requiere de las estaciones sismológicas. En 1904 se instaló el primer sismógrafo en México, y para en 1910 se inauguró el SSN, que cuenta con 63 estaciones con equipo que permite medir velocidad, aceleración y deslizamiento de suelo ante un sismo.

Además de estas estaciones, el SSN recibe datos de otras instituciones como son el Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada y la Universidad de Colima, entre otras, con lo que suman 174 estaciones de monitoreo en el país, “número que en comparación con las que cuentan otros países es pequeño, pero suficiente para detectar sismos de magnitudes mayores a cuatro”, sostuvo la especialista, quien adelantó que ya está en marcha un proyecto para instalar más estaciones en zonas del país que no cuentan con ellas.

Y ante la pregunta de cómo localizar un sismo, la investigadora que realizó sus estudios de maestría y doctorado en la Universidad de Stanford, apuntó que se necesita de información, en específico de los sismogramas, que son el registro del movimiento sísmico.

“La forma de localizar un sismo consiste en tener información de al menos tres estaciones sísmicas, porque cada una registra la llegada de las ondas P y S; de la diferencia de tiempo en la llegada entre ellas dependerá la distancia del epicentro al sismógrafo, para cada estación se traza un circulo y donde se intercepten es la región del epicentro del sismo”, explicó Pérez Campos.

En la actualidad, la localización del sismo se realiza a partir de un algoritmo, y a través de un programa se publica en las redes sociales la ubicación y la magnitud del sismo con la leyenda preliminar, posteriormente un analista revisa los datos e incluye los de las demás estaciones para ofrecer con mayor precisión la ubicación del sismo y su magnitud.

En el caso de la magnitud (la energía que se liberó y el tamaño de la falla geológica que se rompió), que no debe confundirse con la intensidad, también se calcula a partir del sismograma.  Y para tratar de explicar la diferencia entre cada unidad de magnitud, la sismóloga utilizó como ejemplo el sismo del 19 de septiembre de 2017 (de magnitud 7.1), que fue 32 veces más pequeño que el registrado el 19 de septiembre de 1985 (de magnitud 8.1).

Otro de los aspectos que la investigadora del Instituto de Geofísica de la UNAM explicó fue el de la clasificación de los movimientos telúricos a partir de sus efectos en cada sitio, para lo que se utiliza una escala de intensidad de XII niveles. “La intensidad no es un valor único y depende del tamaño del sismo (de la magnitud), de la distancia del lugar respecto del epicentro y de los impactos en cada lugar, por ejemplo, el terreno y el suelo de la Ciudad de México hacen que se amplifiquen las ondas y se presenten, generalmente, daños similares a los del epicentro.

“Si un edificio está bien diseñado, construido y se utiliza para lo que fue pensado, no tendría por qué caerse sin importar dónde esté ubicado”, aseguró Xyoli Pérez.

La presentación del actual número de la revista Ciencia, julio-septiembre 2018, estuvo a cargo de su director, doctor Miguel Pérez de la Mora, quien reseñó la historia de la edición, cuyo primer número se publicó en 1940.

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