(Fragmento del Tomo II del Libro, “Sin Rebeldía no hay Cambio”)
Por Jaime Martínez Veloz
Era un jueves de marzo de 1994, en la mañana, acostumbrado a desayunar en el restaurante “La Espadaña” cuyo propietario era de Torreón y los trabajadores pertenecían al Sindicato de Gastronómicos, con el cual siempre he mantenido una relación muy cercana, era uno de nuestros lugares favoritos para ir a degustar unos huevos rancheros con salsa picosa y tortilla hechas a mano y un café delicioso.
Era un lugar donde al tiempo de desayunar platicaba sobre distintos temas del día relacionados con los temas del Programa de Solidaridad. Era algo así como una sala de juntas improvisada para establecer directrices sobre las tareas cotidianas
Yo había llegado una noche antes de la Ciudad de México, en donde el ingeniero Carlos Rojas, secretario de la Sedesol, nos había citado al delegado de la SEDESOL en Baja California, Rubén Adame Lostanau y a mí, para informarnos en forma un tanto preocupada, que el gobernador Ernesto Ruffo Appel junto con los alcaldes panistas de Ensenada, Tijuana y Tecate, se habían entrevistado con él para darle un ultimátum y solicitarle mi remoción como subdelegado de esa dependencia en Tijuana.
Me acusaban de subvertir el orden en Baja California, y de estar fortaleciendo al PRI con nuestras acciones de organización social.
Carlos Rojas es un hombre fraterno y parco, sin embargo se notaba preocupado, había percibido un enorme encono de Ernesto Ruffo y de los alcaldes panistas, quienes me acusaban de estar haciendo tareas que a ellos les correspondían, pero que no las hacían dado que su formación política no había estado ligada al trabajo que mezcla la acción institucional con la comunitaria, en donde se veían rebasados por la organización social de los habitantes de las comunidades de los municipios de la zona costa de Baja California.
Dado la rispidez del encuentro entre Carlos Rojas y los funcionarios panistas y las amenazas que estos profirieron en la reunión, el secretario de la SEDESOL le giró instrucciones al delegado de la SEDESOL en Baja California, para que me tramitaran un amparo a mí y a nuestro responsable en Ensenada, Jesús Segura Ruiz, de quien también exigían la remoción, para impedir que en un arranque de coraje el gobernador tomara la decisión de mandarme detener, tanto por el enojo que les generaba nuestro estilo de trabajo, como por la posibilidad, de que una acción de esa naturaleza fuera utilizada como distractor, frente a la incapacidad del gobierno estatal ante la ola de criminalidad que vivía el Estado en esos momentos.
Nos recomendó que mantuviéramos una prudente distancia de las acciones del PRI, a fin de evitar darle elementos a los funcionarios panistas, para que subieran de tono sus cuestionamientos hacia el Programa de Solidaridad.
Le expresé a Carlos Rojas mi incomodidad para tramitar un amparo, nunca en mi vida me había ni me he amparado, pero Rojas me explicó que la actitud del panista había sido muy violenta y que no descartaba pudiera ser objeto de alguna agresión o acción del gobernador a través de algún invento o acusación falsa.
Además, me comentó que la reacción del aparato del Gobierno Federal en estos casos era muy lenta, y no quería me fuera a pasar algún incidente o que el gobernador me pudiera dañar de alguna manera.
A regañadientes acepté, y quienes llevaban los asuntos jurídicos de la SEDESOL, empezaron a tramitar el amparo.
Días antes, a principio del mismo mes de marzo de 1994, se había producido un enfrentamiento feroz en medio de la ciudad y a plena luz del día, entre policías federales y estatales, los cuales protegían a bandas rivales de narcotraficantes.
El impacto social, los muertos y el papel de los funcionarios estatales protegiendo a criminales tenían pasmada a la sociedad tijuanense.
Trabajadores de seguridad estatales eran acusados de liberar a narcotraficantes en medio de la inseguridad y la incredulidad ciudadana.
Las confrontaciones entre policías federales y estatales a punta de balazos tenían una importancia secundaria en el orden de prioridades del gobernador.
Para Ernesto Ruffo eso era intrascendente, el peligro no lo veía en los criminales y su impacto en la convivencia ciudadana. Su problema radicaba, según él, en un pinche agitador que andaba organizando a la gente, construyendo calles, escaleras y haciendo trabajo comunitario.
Cabe mencionar que, con muchos funcionarios estatales y municipales, con quienes habíamos tratado los temas relacionados con nuestras responsabilidades institucionales, teníamos una muy buena relación, y con muchos de ellos la amistad ha perdurado a través de los años.
Entre ellos puedo mencionar algunos como a Francisco Soto Angli, Carlos Montejo, Hernando Durán, Manuel Guevara, Francisco Aceves.
Sin embargo, el problema no estaba ahí, sino arriba, con quienes había diferencias de fondo en la concepción de la relación del gobierno con la sociedad.
Ni siquiera era una disputa partidaria, más bien era entre un modelo que basa su fuerza en la concentración del poder, donde con éste se pueden hacer negocios y triquiñuelas, frente a otro que le apuesta a que el gobierno sea conducido con la participación ciudadana.
Ese era el dilema y no otro.
Dos modelos contrapuestos: uno que privilegiaba la transa, el contubernio y la impunidad, y otro que apostaba al poder ciudadano y la democracia participativa.
El PRI, o quienes habían conformado sus dirigencias en la entidad, ni siquiera entendían de estas cosas.
Pero contábamos con aliados muy importantes: Luis Donaldo Colosio, Carlos Rojas y Mario Luis Fuentes que tenían muy claro el fondo de la contradicción, y nos respaldaban con todo lo que estaba a su alcance.
Estos hechos, se los estaba narrando a los compañeros de la SEDESOL, con quienes estaba desayunando, a quienes les dije que de la reunión con Carlos Rojas me regresé a Tijuana más encabronado que preocupado.
Les comenté el hecho a mis compañeros de trabajo y les pedí que le metiéramos el acelerador a las obras, privilegiando la participación de la gente, que no bajáramos la guardia y que evitáramos en lo posible cualquier roce con funcionarios de los gobiernos estatal y municipales.
En eso estábamos, cuando me llamó Antonio Cano Jiménez para invitarme a una reunión que tendría al mediodía de ese día con funcionarios de la campaña de Luis Donaldo Colosio, en donde se discutiría la gira del candidato por Tijuana.
Le expliqué a Toño Cano a grandes rasgos lo que había pasado en México, el reclamo de Ernesto Ruffo a Carlos Rojas, y las instrucciones que éste me había dado para evitar se involucrara a la SEDESOL en asuntos de carácter partidario.
Antonio Cano tenía días de haber asumido la Presidencia del PRI en Tijuana y sentía el peso de la responsabilidad de organizar una gira en medio de un escenario, en el que empezaba a conocer a los actores de la política bajacaliforniana. Le pedí que me disculpara por no poder asistir, pero me insistió en que hiciera un esfuerzo por estar en la reunión.
Dos horas después, entró una llamada a mi teléfono del delegado del Comité Ejecutivo Nacional del PRI en Baja California, don Juan Maldonado Pereda, quien con un tono más imperativo y bajo el argumento de que sin el partido yo no estaría en ese cargo, como tampoco existiría la dependencia en la que yo trabajaba, me dijo que era mi obligación estar en dicha reunión, valiéndole poco los argumentos que yo le esgrimía, dada la circunstancia de conflicto que en esos momentos se vivía entre el Gobierno del Estado y el Federal, debido al papel que jugaba Solidaridad, como un favorecedor de la organización y el trabajo comunitario, frente a los gobiernos del PAN, que tenían otra visión del accionar de la función pública.
La discusión, aunque fuerte y con diferencias, intenté que no hubiera un distanciamiento que oliera a ruptura o algo parecido. No obstante, el talante ortodoxo del delegado del CEN del PRI sí había producido una fuerte discusión entre ambos.
Después del mediodía llegó Guillermo Hopkins, coordinador de Logística de la campaña, y quien había sido uno de los funcionarios de mayor cercanía con Luis Donaldo Colosio, y el enlace institucional con quien yo me coordinaba en oficinas centrales para el desarrollo de las tareas bajo mi responsabilidad en Tijuana.
Siempre de trato amable y afectuoso, me llamó por teléfono y sabiendo las pláticas previas que había tenido cono Toño Cano y el delegado del PRI, me invitó a la reunión que tendrían en las oficinas del Partido en Tijuana, diciéndome que estaba al tanto de la situación de tensión política que había contra mí por parte de los funcionarios panistas, pero que le interesaba que fuera participe de dicha reunión, dado que el priismo de Baja California había mantenido una actitud distante de Colosio, desde que éste, como dirigente del PRI, había reconocido el triunfo del panismo en el año de 1989, acción que algunos dirigentes del partido de aquella época habían considerado como una traición.
La revista PROCESO a través de un reportaje de Elías Chávez, retrata la animadversión del priismo bajacaliforniano hacia Colosio, después de que éste reconociera el triunfo del PAN en el año 1989, precisamente del gobernador Ernesto Ruffo
"Ni la dirigencia del PRI en Baja California, ni sus militantes, reconocemos, en ningún momento y por ningún motivo el supuesto triunfo del Partido Acción Nacional."
Casi colérico, Martínez Palomera provocó aplausos del medio centenar de personas introducidas en el salón al último momento. Y continuó:
"...mientras los organismos electorales no den a conocer los resultados del cómputo y mientras los colegios electorales no califiquen la legalidad de la elección, no tenemos por qué reconocer absolutamente nada."
Nuevos aplausos y gritos "¡Muera Colosio!" surgieron en plena sala de juntas del PRI. Entre vivas a la revolución y a Baja California, Martínez Palomera dio por terminada la conferencia de prensa sin aceptar ninguna pregunta.
La Asamblea del PRI propone los lugares para el Mitin
Cuando llegué a la reunión, había mucha gente, a algunos los conocía ya sea porque los había tratado en Tijuana, y a otros en la Ciudad de México, pero había muchos otros que jamás había visto.
El presidente del PRI, Toño Cano, estaba informando que en días pasados se había producido una asamblea de bases del PRI y se habían propuesto como lugares para un mitin con Colosio un lugar en el Florido, en la Segunda y Constitución, o en Lomas Taurinas. Fue en ese momento que por primera vez escuche la propuesta de que fuera esa colonia la sede del mitin con Colosio.
Después de la intervención de Toño Cano, el Coordinador de logística de la campaña de Colosio, Guillermo Hopkins tomó la palabra y en una breve introducción de los objetivos de la gira, planteó que originalmente habían programado dos actos para el día de la visita de Colosio, uno con las bases del partido donde se pensaba pudieran asistir unas 3 mil personas, y otro con integrantes de organizaciones de la sociedad civil.
Sin embargo, en un acuerdo de último momento, el candidato había acordado un ajuste a la agenda debido a un compromiso con los maestros del SNTE para realizar un evento con ellos en el auditorio propiedad de ese sindicato que se encuentra por la vía rápida en Tijuana, y que el lugar del encuentro con la militancia del partido debería ser en un lugar ubicado entre el aeropuerto y el auditorio del magisterio.
Después de esa explicación preguntó Hopkins que, de las propuestas de la asamblea del PRI, ¿cuál era el lugar que reunía ese requisito?, la respuesta fue inmediata de parte de casi todos: la Colonia Lomas Taurinas era lugar que estaba ubicado entre esos dos puntos
Después de la respuesta unánime de quienes estaban en esa reunión Guillermo Hopkins me preguntó sobre cuáles eran las condiciones políticas con respecto al PRI y las simpatías o no de la gente de esa colonia frente a Colosio.
Le contesté que la colonia estaba conformada por gente muy trabajadora con mucha disposición a la organización comunitaria, que en ese momento nos encontrábamos construyendo junto a los pobladores del lugar varias calles y rampas de acceso, dañadas con las lluvias de 1993, y que yo percibía una gran simpatía por la candidatura de Colosio.
La colonia Libertad era mi propuesta para la reunión con Colosio
Aunque yo seguía pensando que un lugar más emblemático para un encuentro con Colosio en Tijuana, era la colonia Libertad, uno de los primeros asentamientos de Tijuana, con una larga historia y tradición, con cuyo dirigente de los comités vecinales, Bruno Soto, había hablado semanas antes de que estaba programada una visita del candidato que se canceló por motivos que desconozco, las condiciones planteadas por Hopkins ya no permitían hacer un trayecto mayor, y en ese caso la colonia Lomas Taurinas, también tenía una de las problemáticas más comunes de la ciudad: cerros, arroyos, calles irregulares, con gente humilde pero muy trabajadora, y estaba en la ruta que le permitiría al candidato cumplir con los compromisos de su agenda de ese día.
Me pidió que los acompañara a la colonia Lomas Taurinas para ver el lugar donde la asamblea del PRI había propuesto la realización del acto, al cual no era sencillo llegar por la propia topografía de las calles de la colonia.
Ahí le hice el comentario a los integrantes de la Coordinación de Logística que cerca de ese lugar había otro de más fácil acceso, frente a las oficinas de la Secretaría de Hacienda, donde existe una explanada un poco amplia; sin embargo, era un lugar sin el contexto social y el calor de la gente que en ese momento se buscaba rodeara al candidato.
El impacto causado por el levantamiento zapatista, calaba al interior del equipo de Colosio, obligando a tener como distintivo de la campaña una mayor cercanía con los sectores más humildes de México. Los zapatistas le habían hecho ver al país que no éramos lo que presumíamos, y que mucho nos faltaba para ser la nación moderna e igualitaria a la que aspirábamos.
En la revisión que hizo del lugar, Guillermo Hopkins empezó a reflexionar en voz alta, como que ese era un lugar que representaba los contrastes sociales, de una frontera pobre junto a una economía poderosa como la de California, en donde vivía gente humilde, con casas construidas por los propios colonos, donde pasa un desagüe pluvial por en medio de la colonia, con el componente de que la gente tenía una gran capacidad de trabajo comunitario.
En esos momentos varias brigadas de colonos con promotores de solidaridad se encontraban construyendo algunas rampas de acceso de la colonia. Después de varias valoraciones con su equipo de trabajo giró instrucciones a sus subalternos para disponer ahí la organización del mitin.
Una vez tomada la decisión de que ahí fuera el lugar, me comentó Hopkins que ya Carlos Rojas había hablado con él, que sabía de la tensión que existía con el gobierno panista y que él hablaría con el Movimiento Territorial, una organización de reciente creación en ese momento dentro del PRI, para que fuera quien hiciera la convocatoria al acto y así evitar cualquier confrontación innecesaria.
Al día siguiente Jesús Segura y yo nos trasladamos a la delegación de la SEDESOL en Mexicali, en donde el departamento Jurídico había elaborado el amparo que el secretario Carlos Rojas había instruido se hiciera ante una eventual acción ofensiva por parte del gobernador Ernesto Ruffo.
Los viajes con Chuy Segura son muy divertidos y llenos de anécdotas y crónicas sobre los personajes y la historia de la política contemporánea de Baja California. Comimos la comida típica de Mexicali, que es la “Comida China”, y nos regresamos a nuestra Tijuana querida.
El lunes anterior a la gira de Colosio llegó Mario Luis Fuentes, coordinador Social de la campaña de Colosio para preparar a los oradores del mitin, casi siempre llegaba a mi departamento y esa vez no fue la excepción.
La mañana del día del mitin platicamos con don Carlos Montejo ex presidente de Tijuana y Mario lo invitó a la reunión, que se realizaría esa noche, entre el candidato y organizaciones de la sociedad civil. Estando en la plática, me llamó el ingeniero Carlos Rojas, para decirme que Ernesto Ruffo había subido el tono de las presiones para que me removieran de la subdelegación de la SEDESOL, argumentando que el Programa de Solidaridad apoyaba sólo a los priistas, habían publicado un boletín en los periódicos del Estado y me pidió que, para evitar darle pretextos a Ruffo, acerca de su pretensión, no asistiera a las actividades de carácter partidario.
Le platiqué a Mario Luis la instrucción de Carlos Rojas por lo que me propuso que mejor nos viéramos después del mitin para acompañar a don Carlos Montejo a la reunión de Colosio con las organizaciones de la sociedad civil, y ahí buscar un espacio para platicar en corto con el candidato sobre la situación crítica que en ese momento vivía el Estado, al fin y al cabo, esa no sería una reunión de partido, sino con organizaciones y personalidades de un perfil ciudadano.
Más tarde Mario Luis me pidió una chamarra porque estaba algo fresco el ambiente y se fue al encuentro con el candidato, a desempeñar sus tareas organizativas, y yo me fui a Plaza Bonita a San Diego a comprarme un saco y una corbata, porque en ese tiempo no acostumbraba a usar traje, y mucho menos corbata, para asistir al encuentro nocturno de Colosio con grupos de la sociedad civil.
Al regresar de San Diego, llegué a la oficina y mi secretario Othón Manjarrez, con el rostro pálido me comunicó que algo raro estaba pasando en Lomas Taurinas, me pasó por teléfono a Fernando Zamora, pasante de Arquitectura, prestador de Servicio Social y joven que había asistido en calidad de “Invitado Especial” al mitin de Lomas Taurinas, para informarme que después del acto, cuando él ya se había subido al autobús de invitados, había visto una especie de zafarrancho alrededor de Colosio y que al parecer lo habían herido con un leño o una botella.
La información que me proporcionaba en forma agitada Fernando Zamora se clarificó cuando segundos después en la televisión local informaban que habían herido de dos balazos al candidato del PRI, y lo habían llevado al Hospital Civil de Tijuana.
Al escuchar la noticia todos nos quedamos helados y en silencio, el teléfono suena y escucho la voz de Mario Luis desolada que dice “hirieron a Colosio y se lo llevaron muy mal”. No era para menos, los últimos papeles que le pasó Colosio a Mario Luis, de las peticiones que le entregaba la gente, estaban ensangrentados.
El ambiente en la oficina donde nos congregamos para escuchar las noticias era de pesadumbre, rabia e impotencia y terminó por desplomarse cuando en la televisión aparece Liébano Sáenz informando el deceso de nuestro candidato. Colosio se nos había ido en un abrir y cerrar de ojos, por más que queríamos negarnos a creer lo que escuchábamos, la pesadilla estaba ahí y el temor y desconsuelo nos atraparon en sus telarañas.
Mario Luis llegó a la oficina con una tristeza infinita. Traía en su maletín una carta que una gente le había entregado a Colosio, con gotas de sangre de Colosio. La plática era entrecortada. La mayoría de quienes trabajábamos en la SEDESOL estábamos pasmados. A la medianoche Mario Luis y yo nos fuimos a mi departamento en una de las noches más tristes de nuestras vidas.
Con Colosio me unían sueños, proyectos y esperanza por cambiar el país. Lo había conocido el año de 1988 en la antesala del entonces director general del periódico Vanguardia de Saltillo, Coahuila, Armando Castillas.
La primera impresión fue de un hombre no sólo abierto a las opiniones de los demás, sino deseoso de escucharlas; no rehuía las críticas hacia el PRI y estaba convencido de la posibilidad de cambiar ese instituto político.
Después, a principios de 1989, en medio de una lucha de ferrocarrileros en Saltillo, coincidí con Julio Hernández, que entonces impulsaba una organización al interior del PRI llamada Movimiento para el Cambio Democrático. Su simpatía y coincidencia con la necesidad de democratizar el partido y el país me confirmaron las ideas iniciales que me había formado sobre Luis Donaldo Colosio.
A finales de ese mismo año, siendo coordinador de un programa de vivienda del gobierno de Coahuila en la Comarca Lagunera, me entrevisté con Colosio a raíz de una queja que algunos líderes priistas habían presentado en el sentido de que los métodos por medio de los cuales se asignaban las acciones de vivienda favorecían a los cardenistas. Expliqué al entonces presidente del PRI que los campesinos tomaban las decisiones en asamblea a través de un proceso totalmente democrático y transparente, con el cual se garantizaba que los apoyos llegaran a quienes estaban destinados. El método no sólo le pareció acertado, sino que lo apoyó ante aquellos que lo habían criticado.
Nuestros caminos se volvieron a cruzar en otras ocasiones. Una de ellas fue durante las lluvias que asolaron Tijuana a principios de 1993. Colosio, siendo secretario de SEDESOL, se comunicaba y de forma constante a la subdelegación, entonces a mi cargo, para saber las condiciones en las que se encontraba la gente afectada, así como las necesidades más apremiantes que era necesario atender. Su actitud no sólo era la del funcionario responsable, sino la del ser humano preocupado por la situación que se vivía.
Como presidente del partido, a Colosio le tocó la tarea de reconocer la primera pérdida priista de una gubernatura. Fue acremente criticado por algunos priistas de Baja California como si él hubiera perdido las elecciones. Me consta que no simpatizaba con el PAN, pero sí con la democracia y la civilidad política.
Todo esto era parte de una historia de un hombre que ese día había sido asesinado, ante los ojos de una nación que con ello se sumiría en una de las mayores incertidumbres de la vida nacional.