*Ambulantaje: El Negocio de la Simulación
El problema del comercio ambulante en la Ciudad de México es una constante en las agendas públicas de las alcaldías. Con cada nuevo periodo de gobierno local, se renueva también el discurso: la promesa de recuperar el espacio público, de "liberar" calles y avenidas, y de ofrecer una ciudad ordenada, limpia y funcional.
Dicha narrativa demostró ser, en la mayor parte de los casos, un montaje mediático destinado a generar likes, aplausos digitales y aplausos momentáneos. La realidad, esa que se palpa en los tianguis improvisados, en las banquetas invadidas y en las calles convertidas en comederos al aire libre, es muy distinta.
Algunos alcaldes han enfrentado con relativa firmeza la problemática del ambulantaje. En demarcaciones como Benito Juárez, Tlalpan o Cuauhtémoc se han registrado operativos, reubicaciones y procesos judiciales impulsados por las propias autoridades para enfrentar los amparos de los vendedores.
Sin embargo, en la gran mayoría de los casos, esas acciones son excepcionales y responden más a coyunturas específicas que a una política de reordenamiento urbano. Lo cierto es que la regla general sigue siendo la simulación.
Los alcaldes, por connivencia, necesidad política o franca corrupción, convierten el tema del ambulantaje en fuente inagotable de ingresos paralelos. A través de "cuotas", "moches" o acuerdos en lo oscurito, permiten la instalación de miles de puestos ambulantes a cambio de rentas informales que nunca se registran en los libros contables del gobierno, pero que engrosan las cuentas personales de funcionarios y operadores.
El problema no es sólo de corrupción, sino de complicidad estructural. Muchos servidores públicos se hacen millonarios a costa del comercio ambulante, y cuando las críticas ciudadanas arrecian, montan espectáculos de "limpieza" que consisten en quitar a unos cuantos puestos de las zonas más visibles, para que los desplazados se asienten unos metros más allá, en una calle paralela o en un parque público. Es la misma práctica de barrer la basura bajo la alfombra: no se resuelve el problema, sólo se reacomoda.
En este proceso, los principales perdedores son los ciudadanos que tienen que convivir con banquetas intransitables, residuos alimenticios descompuestos, grasa y basura tirada, saturación del espacio público, contaminación auditiva y visual, y un deterioro continuo de la calidad de vida urbana. Por desgracia, muchos de esos ciudadanos participan activamente en el sostenimiento del sistema al consumir con entusiasmo o de manera cínica o descarada los productos que se ofrecen en la vía pública.
La proliferación del ambulantaje no se puede explicar sólo desde la corrupción de las autoridades, sino también desde la cultura del consumo urbano. El atractivo de los productos más baratos, de la comida "sabrosa" y de la "comodidad" de comprar sin entrar a un local formal, alimenta un sistema en el que todos participamos, consciente o inconscientemente.
¿Quién no ha comprado una quesadilla en la esquina, una película pirata o una funda de celular? En ese acto cotidiano está el germen del problema.
Los vendedores, por su parte, aprenden a defender su permanencia en la vía pública con discursos que apelan a la solidaridad y la moral: "peor es robar", "nos estamos ganando el sustento honradamente", "no le hacemos daño a nadie". Y si bien hay verdad en estos argumentos, hay que señalar que ese sustento "honrado" está muchas veces subordinado a estructuras de extorsión, cobro de piso y redes clientelares que lucran con su precariedad.
En suma, estamos ante un fenómeno profundamente arraigado, que opera como un círculo vicioso: los alcaldes fingen ordenar, los ciudadanos consumen y normalizan, los vendedores se asientan con apoyo político y económico, y todo vuelve a comenzar.
¿Qué hacer, entonces?
Erradicar el ambulantaje no es tarea sencilla, ni puede hacerse con una varita mágica o con discursos moralizantes. Se requiere una estrategia integral, sostenida, valiente y coordinada. Algunas medidas que podrían comenzar a romper el ciclo incluyen:
- Registro y regulación formal de todos los vendedores ambulantes, con espacios delimitados, horarios definidos y supervisión constante. No se trata de prohibir, sino de ordenar.
- Transparencia total en los ingresos por permisos temporales y en la asignación de espacios. El dinero que se recauda debe ser visible y utilizado para mejorar el entorno urbano.
- Alternativas reales de empleo y capacitación para quienes dependen del ambulantaje por necesidad, incluyendo microcréditos, talleres y subsidios para transitar hacia el comercio formal.
- Campañas públicas dirigidas a la ciudadanía para reducir el consumo en la vía pública y generar conciencia sobre las consecuencias colectivas de esa práctica.
- Cero tolerancias a la corrupción interna, con mecanismos independientes de denuncia y fiscalización en las alcaldías.
La simulación nos devora porque el ambulantaje en la Ciudad de México no es sólo un problema urbano: es un espejo que refleja nuestras contradicciones como sociedad. Nos molesta el caos, pero lo alimentamos. Criticamos la corrupción, pero aplaudimos a los alcaldes cuando "limpian" calles para la foto. Decimos querer orden, pero premiamos con nuestro consumo la informalidad. Mientras no rompamos este ciclo de simulación, complicidad y autoengaño, el ambulantaje crecerá, y con él, la corrupción que lo sostiene.
El ambulantaje no es sólo informalidad, sino un negocio redondo para muchas autoridades porque lo que vemos en redes o en acciones de gobierno es una simulación, no una solución real. La pregunta no es cuándo lo van a erradicar los gobiernos, sino cuándo vamos a dejar de fingir que no somos parte del problema.
¡Hasta la próxima!