*"Prensa Mexicana: Entre la Complicidad y la Crítica"
En México, la relación entre el periodismo y el poder ha sido, durante décadas, un juego intrincado de intereses cruzados, manipulaciones y complicidades. Recientemente hemos visto a una serie de periodistas elevar sus voces en crítica abierta y vehemente hacia el actual gobierno y el anterior, presentándose como los abanderados de la transparencia y la rendición de cuentas.
Sin embargo, es esencial poner bajo la lupa esta transformación. Muchos de esos comunicadores, intelectuales, líderes de opinión, etcétera, que hoy parecen erigirse como defensores de la verdad y la justicia, en sexenios pasados construyeron sus imperios mediáticos a costa de su integridad y del sacrificio de un periodismo ético.
Es irónico observar cómo aquellos que en su momento fueron cómplices del sistema en turno ahora se atreven a cuestionar sus mismas raíces. ¿Qué credibilidad puede tener su crítica cuando su pasado está impregnado de conveniencias y silencios cómplices?
Durante administraciones anteriores, no era raro que ciertos periodistas se beneficiaran económicamente de su relación con diversas secretarías de gobierno. Contratos publicitarios, pagos por servicios de comunicación y, en ocasiones, compensaciones directas por crear una narrativa favorable al gobierno de turno, eran prácticas comunes que favorecían la opacidad en el ejercicio periodístico.
En lugar de ser objetivos e imparciales, muchos optaron por convertirse en los voceros de intereses ajenos, defendiendo acciones cuestionables a cambio de privilegios que les aseguraban un estatus y una estabilidad económica envidiable.
Este tipo de complicidad con el poder político no solo contribuyó a desdibujar la frontera entre el periodismo y la propaganda, sino que también puso en riesgo la integridad de la información que llega al público.
No solo los periodistas, sino también intelectuales, empresarios y académicos se involucraron en este entramado de complicidades. Muchos de ellos, quienes se suponía debían ser los críticos más agudos y los analistas de la realidad social, se alinearon con los intereses del gobierno.
A cambio de subsidios, financiamiento para proyectos y espacios de influencia, hicieron de la defensa del statu quo su modus operandi, justificando políticas y decisiones que beneficiaban a unos pocos mientras la sociedad enfrentaba desafíos complejos. La ironía de la situación es palpable: aquellos que deberían cuestionar al gobierno, en lugar de ello, se convirtieron en sus defensores, contribuyendo a un clima de complacencia que dificultó el avance de reformas necesarias y urgentes, para dar paso a otras innecesarias.
La hipocresía es evidente cuando observamos cómo estos empresarios, académicos, periodistas e intelectuales, que en su momento utilizaron sus plataformas para proteger y defender a quienes hoy critican, se presentan ahora como los nuevos paladines de la libertad de expresión.
¿Cómo es posible que quienes participaron activamente en la construcción de un entorno de complicidad y silencio de pronto quieran fungir como voces autorizadas en la defensa de la ética periodística? Esta dualidad plantea una serie de interrogantes sobre la verdadera motivación detrás de sus críticas. ¿Es genuina su búsqueda de cambio, o simplemente es una forma de reposicionar su imagen ante un público que, con razón, demanda mayor transparencia y honestidad en la cobertura mediática? La respuesta parece depender de un examen más profundo de sus trayectorias, sus vínculos y su disposición a aceptar la responsabilidad por sus acciones pasadas.
Los medios de comunicación han actuado como instrumentos de poder más que ser vehículos de verdad. Los dueños de estos medios utilizan sus plataformas para silenciar voces disidentes y arrojar lodo sobre aquellos que se atreven a desafiar el statu quo.
Así, se han orquestado campañas de desprestigio que no solo afectan a personas individuales, sino que comprometen la esencia misma del periodismo, que debería ser un espacio para el debate, la diversidad de ideas y la crítica constructiva. Infinidad de periodistas que hoy critican al gobierno no solo fueron o son cómplices de un sistema que ha hecho de la corrupción su norma, sino que contribuyeron a crear un entorno mediático que minimiza la importancia de la objetividad y la veracidad.
Es innegable que el contexto actual abre la puerta a nuevas voces que exigen un cambio real en el panorama mediático y político de México. Una nueva generación de periodistas parece surgir: ¿dispuesta a rechazar la corrupción y la complicidad? La historia de los que han estado en el juego durante tanto tiempo no puede ser ignorada.
Su legado de conveniencia y su papel en la perpetuación de un sistema fallido deben ser considerados al evaluar su actual postura. La credibilidad de aquellos que alguna vez se beneficiaron de prácticas cuestionables se pone en entredicho ante una audiencia que busca autenticidad y ética en la información que consume, pero no hay que dejar de lado a aquellos que ahora se desviven en alabanzas hacia el expresidente López Obrador y con la actual presidenta de México, y no les interesa prostituir la información con tal de posicionarse como los favoritos del gobierno en turno.
Es fundamental que tanto la audiencia como los propios periodistas e intelectuales se reflexionen sobre la complejidad de su papel en el entramado político y social de México. La crítica al poder es esencial para mantener la salud de la democracia, pero respaldada por un compromiso genuino con la verdad.
Varios de los que ahora se presentan como líderes de opinión deben ser transparentes respecto a su pasado y estar dispuestos a aceptar que su historia está marcada por contradicciones. Solo así se podrá construir un periodismo más ético y comprometido con el bien común, donde la voz del periodista no solo represente un eco de intereses ajenos, sino que sea un verdadero faro de la justicia y la transparencia que la sociedad tanto necesita.
La oportunidad de redención está presente, pero requiere un esfuerzo sincero y un deseo genuino de cambio. Este deseo, sin embargo, ha sido esquivo en el panorama mediático mexicano, especialmente en una era de redes sociales donde cualquiera puede "informar" y atacar sin fundamento. La responsabilidad recae no solo en los periodistas, sino también en la sociedad, que debe demandar un periodismo que refleje la verdad y promueva la justicia.
¡Hasta la próxima!