Eventos como el cambio climático pueden incidir en la supervivencia, reproducción, abundancia y distribución de patógenos, vectores (ser vivo que transporta y transmite un patógeno) y reservorios, y en consecuencia tener efecto en enfermedades transmitidas por mosquitos y garrapatas, ejemplificó Ana Rosa Moreno Sánchez, investigadora del Departamento de Salud Pública de la Facultad de Medicina (FM) de la UNAM.
“La COVID-19 y otras pandemias previas han mostrado el riesgo que representa para nuestra salud el desequilibrio causado por la invasión y destrucción de los hábitats, y son una alerta sobre la necesidad de detener la pérdida de la biodiversidad y desvincular el crecimiento económico del deterioro ambiental y climático”, remarcó.
En la ponencia “Los determinantes ambientales de las pandemias”, aseveró que los virus constituyen sólo una fracción de los cerca de mil 400 patógenos humanos conocidos; no obstante, son una carga desproporcionada para la salud global. Alrededor del 89 por ciento de los 180 virus de ARN es zoonótico, es decir, se transmite de animales a humanos, con potencial de dañar a las personas.
Asimismo, advirtió que las zoonosis causan aproximadamente 700 mil muertes al año. “Se cree que en mamíferos y aves acuáticas existen hasta 1.7 millones de virus no identificados que pueden infectarnos, convirtiéndose cualquiera de ellos en detonantes de la próxima ‘enfermedad X’, quizá más perturbadora y letal que la COVID-19”.
Refirió que el Programa de Amenazas Pandémicas Emergentes, de la agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), examinó a 164 mil animales y humanos, detectando 949 virus nuevos en zonas vulnerables en 30 países (entre 2009 y 2019). Sin embargo, hasta la fecha no hay convenciones nacionales o internacionales sobre detección de patógenos asociados con animales, sus movimientos o sus productos.
“Si no somos cautelosos con las posibles repercusiones de las decisiones que tomemos hoy, es probable que tengamos de manera más frecuente pandemias, que se propaguen con mayor rapidez, con más repercusiones económicas y de vida de las personas por el colapso de los sistemas alimentarios y de salud”, alertó la también miembro del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático.
Por ello, subrayó, es necesario educar, analizar y concientizar a los profesionales de la salud, a la academia, a los tomadores de decisiones, al sector educativo, a comunicadores y ciudadanía; que sepan que el ambiente y la salud están estrechamente interconectados.
Medidas para ser resilientes
Hoy más que nunca se deben abordar los desafíos globales, anticiparnos y prepararnos para proteger a los más vulnerables, construir sociedades más resilientes, remarcó la universitaria.
Moreno Sánchez recordó que la Organización Mundial de la Salud (OMS) hizo un manifiesto sobre la COVID-19, en el que establece la necesidad de proteger y preservar la fuente de salud humana: la naturaleza, e invertir en servicios esenciales, asegurar una transición energética en pro de la salud, promover sistemas alimentarios sanos y sostenibles, construir ciudades sanas y habitables.
Debemos aprender a tener y manejar información global para lograr alertas tempranas de padecimientos, mejorar la evaluación de riesgos y prevenir amenazas de enfermedades zoonóticas. Eso implica monitoreos constantes del ambiente, de la diversidad microbiana en vida silvestre, de eventos de morbilidad o mortalidad en ese entorno, de indicadores ambientales específicos, y el intercambio de datos entre organismos encargados de la biodiversidad y la salud humana.
La pandemia de COVID-19 puede proporcionar un ímpetu poderoso para que ecólogos, epidemiólogos, sociólogos e investigadores biomédicos desarrollen una ciencia de invasión expandida y hagan contribuciones más amplias a la bioseguridad global, dijo.