En México la disponibilidad del agua constituye la mayor limitante para la producción de alimentos porque no se cuenta con este recurso de forma homogénea en el territorio ni de manera permanente, afirmó María José Ibarrola Rivas, investigadora del Instituto de Geografía (IGg) de la UNAM.

A lo anterior hay que agregar que las proyecciones para los siguientes años y décadas indican que los eventos climatológicos extremos, como las sequías y las inundaciones -que también afectan los cultivos-, serán cada vez más frecuentes y severos. Por ello, se requiere que los sistemas de manejo y producción de alimentos sean más resilientes a esos impactos, consideró la científica.

En ese sentido, abundó que la sequía es un fenómeno natural por lo cual es normal que se registren años secos y no tan secos; no obstante, asociado con el cambio climático va en aumento, en consecuencia, hay menos tiempo con disponibilidad del vital líquido en el país.

Ibarrola Rivas destacó que a nivel global dos terceras partes del consumo de agua dulce, alrededor de 70 por ciento, se emplea para la agricultura y la ganadería, de ahí que los esfuerzos de ahorro del vital líquido deben enfocarse en esos sectores.

Añadió que 20 por ciento se utiliza en la industria y de 10 a 15 por ciento en los hogares (higiene, preparación de alimentos, etcétera), así como de uso municipal (riego de jardines, fuentes de ornato, lavado de calles e instalaciones públicas).

Para producir alimentos, expuso, se necesitan elementos esenciales: una extensión de suelo, nutrientes en la tierra y agua. Respecto a ésta última mencionó que dentro del territorio nacional la disponibilidad es diversa, y existen desde las zonas muy secas, como el norte, hasta las que no tienen problema de escasez, como el sur.

Recordó que lo largo de los años los cultivos y la vegetación en general se han adaptado a las diferentes condiciones de los sitios, por lo cual hay plantas que no requieren tanta agua como otras.

Un ejemplo es el maíz, el cual se ha adecuado a las limitantes de los ecosistemas y crece en zonas con abundante y poca agua. Además, la mitad de la producción de este producto -el más importante para los mexicanos-, depende de las lluvias.

En las zonas secas, como el norte del país, también se producen alimentos, pero para que sea una actividad redituable se hace con riego proveniente de ríos, presas, o del subsuelo. En el sur, la mayoría del recurso proviene de las precipitaciones pluviales y los ríos, detalló.

Sobre todo en las regiones centro y norte, agregó la experta, la agricultura también utiliza el vital líquido proveniente del subsuelo, con el consecuente desgaste de los acuíferos. “Por escasez de agua o porque se quiere producir más, se extrae mucha más agua del subsuelo que lo que se alcanza a recargar en la temporada de lluvias siguiente”.

De esta manera, escasea el agua disponible, presenta más contaminantes (por la concentración de minerales) y deja de ser potable. Se trata de una problemática compleja que afecta la producción de alimentos y a las comunidades, recalcó.

Mejorar el uso del líquido

El uso del agua en la agricultura se necesita hacer más eficiente, en especial en aquellos lugares que carecen de suficiente disponibilidad del líquido, toda vez que existen sistemas agrícolas para producir hortalizas en el centro o norte del país, donde las condiciones climáticas no son ideales para esos cultivos.

Se construyen invernaderos para producir jitomate o fresas, cultivos que, además, requieren gran cantidad del vital líquido el cual se extrae del subsuelo; también estos productos, en diversas ocasiones, ni siquiera son para el consumo de las poblaciones locales o para el país, sino para exportación. Se trata de una problemática que tiene un contexto económico, social y político, aseveró.

Su solución conlleva la implementación de sistemas agrícolas resilientes. “No podemos esperar a que los que hemos tenido hasta ahora continúen en las siguientes décadas, en especial por los eventos climatológicos extremos que ya se registran y que se espera que prosigan en el futuro”.

María José Ibarrola refirió que durante milenios en las zonas secas se han producido alimentos, pero con cultivos que tienen las cualidades para crecer en esos ecosistemas. Un ejemplo son las variedades de maíz que crecen con poca agua y tienen mayor resistencia a los impactos externos, aunque producen menor cantidad de granos.

Para la universitaria se debe cuestionar por qué se produce jitomate, que requiere tanta agua, en una zona seca cuando hay otros cultivos nativos que se adaptaron a ese ambiente. “Pero ahí entra el tema económico, de las ganancias que se quieren obtener”.

Se necesita una transformación rápida a nivel local, y de acuerdo con cada cultivo, hacia sistemas resilientes, más resistentes a las condiciones climáticas y de disposición de agua a la cual se enfrentan actualmente, y que prevalecerán a largo plazo.

Otra acción que ayudaría a mejorar la producción de alimentos es la técnica de policultivos; es decir, que en una misma parcela se cultiven diferentes especies de plantas. Sin embargo, hace décadas, con el inicio de la llamada revolución verde, de incremento de la productividad agrícola, se homologaron los sistemas de producción, que los hace más vulnerables a las condiciones climáticas.

Debemos producir una cantidad importante de alimento para atender la demanda de una población creciente, y ello requiere un mosaico de soluciones, a escala local, para atender las diferentes condiciones que existen en México, concluyó.

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