El rechazo de todo aquello que sea ruso o tenga raíces de esa nación, especialmente en Estados Unidos, Canadá y los países de la Unión Europea, es inmoral e injustificable, porque no hay prueba de que la totalidad de la población de aquel país respalde las acciones militares del gobierno de Vladimir Putin en contra de Ucrania, afirmó la académica de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, Talya Iscan.
Resulta irracional que el pueblo ruso sea víctima de la discriminación que se presenta en todos los ámbitos: académico, artístico, científico y deportivo, añadió la también experta en seguridad internacional.
En tanto, Alejandro Peña, también integrante de esa entidad universitaria, aseveró que las prohibiciones, boicots y censuras en los ámbitos de la cultura y las artes representan “una peligrosa extensión de la barbarie de la guerra”.
Es un peligro de aniquilación o negación de expresiones estéticas intensamente humanas, lo cual conlleva un empobrecimiento cultural en ambos bandos y, en general, del ambiente cultural internacional. Implica, una vez más, el riesgo de la derrota del espíritu de apertura y comprensión del otro, abundó.
A su vez, Marion Lloyd, del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la UNAM, indicó que docenas de universidades de Estados Unidos están congelando programas académicos y colaboraciones científicas con sus colegas en Rusia, en un intento por castigar a Putin. “Entre las más destacadas están el Instituto Tecnológico de Massachusetts, la Universidad de Michigan y el Boston College”.
Para Talya Iscan, el surgimiento de este sentimiento antirruso representa también un fenómeno arcaico y, sobre todo, peligroso para los países occidentales, ya que puede propiciar un nacionalismo exacerbado en Rusia y un apoyo más resuelto de la población a la operación militar del gobierno de Putin en Ucrania.
“Hasta cierto punto se entiende que para presionar al gobierno del mandatario ruso, Estados Unidos, Canadá y los países de la Unión Europea hayan desencadenado una guerra comercial en contra de esa nación asiática. Sin embargo, no hay ninguna razón para presionar al pueblo ruso. No se puede discriminar a sus ciudadanos y quitarles la oportunidad de trabajar, de desarrollarse en un mundo globalizado como el nuestro”, sostuvo la universitaria.
En cuanto a los académicos, artistas, científicos y atletas rusos que durante años han realizado valiosas aportaciones en sus respectivos campos de acción, es inaceptable desacreditarlos y quitarles sus derechos. “La ‘rusofobia’, que está afectando a personas inocentes que no tienen nada que ver con las decisiones tomadas por los políticos, implica un acto de agresión que no se olvidará con facilidad”, añadió.
Todos aquellos que afirman estar conmovidos con la tragedia de la población ucraniana, pero se asumen como rusofóbicos, perdieron su credibilidad porque adoptaron un discurso de discriminación injustificable. Y lo peor es que, como cualquier otro mensaje de esta naturaleza (racial, sexual, etcétera), esta fobia puede ser contagiosa.
Debe quedar claro que condenar una guerra y apoyar a quienes la sufren, no es lo mismo que desacreditar y quitarle sus derechos al pueblo que pertenece al país agresor.
Este fenómeno ha cobrado fuerza en una porción importante del llamado “mundo civilizado”. No obstante, la académica universitaria confió en que no se expandirá demasiado en Latinoamérica. “Esta es una región muy vulnerable donde ha habido, no pocas veces de manera violenta, innumerables cambios políticos, económicos y sociales, pero también aquí comenzó la tradición de dar asilo a los perseguidos políticos”.
Talya Iscan estimó que la visión crítica y constructivista que ha imperado en los ámbitos político, académico y profesional de Latinoamérica, limite la expansión de este sentimiento negativo, el cual es prueba de que las masas pueden ser manipuladas por campañas propagandísticas. En todo caso, ahora son dos las prioridades: que se suspendan los enfrentamientos armados y que Ucrania y Rusia se sienten en la mesa de negociaciones, sostuvo.
Aniquilación del otro
Al continuar su reflexión, Alejandro Peña dijo que no es extraño que las artes y la cultura sean afectadas por los conflictos políticos y armados. Tampoco que se conviertan en otros escenarios que (como en el caso de la guerra, las invasiones armadas o las guerras civiles) adquieren carácter de oposición irreconciliable entre enemigos.
Como sabemos, agregó, esta oposición implica una actitud radical de aniquilación del otro. “Así, el arte (arquitectura, literatura, música, cine, etcétera) del otro se convierte en un objetivo (un blanco) en la dinámica bélica, incluso como un símbolo –estéticamente peligroso– del enemigo”.
El especialista consideró que las adscripciones nacionales de las manifestaciones artísticas (“arte ruso”, “arte ucraniano”) se convierten en generalizaciones útiles para la conformación de bandos políticos supuestamente claros, pero no ayudan a distinguir los matices y los posicionamientos estético-políticos concretos de los artistas y sus obras. “Muchas de esas expresiones culturales tienen una orientación crítica respecto de sus propias realidades nacionales”.
Castigo a Putin
Al proseguir, Marion Lloyd recordó que un creciente número de instituciones, como las universidades de California, Colorado y Yale, retiran inversiones en compañías rusas que habían formado parte de los portafolios de sus fondos de retiro.
En Europa, prosiguió, Alemania ha frenado sus colaboraciones científicas con instituciones de educación superior, mientras que algunos países de la Unión Europea consideran tomar medidas similares. “Sin embargo, algunos críticos han señalado que no es justo castigar a los académicos rusos por los pecados de su presidente, y que tales medidas podrían ser contraproducentes”.
Los gobiernos han dado señales mixtas, ya que por un lado han cancelado convenios de colaboración entre instituciones, pero por otro piden a sus académicos seguir con sus colaboraciones de forma individual.
Es un tema complicado, precisó Lloyd, “ya que están en juego proyectos de investigación en temas urgentes, como la lucha contra COVID-19 o el cambio climático, sin hablar de la pérdida de millones de dólares que ya se han invertido”.
Algunos ejemplos
La “rusofobia” ha llegado a extremos absurdos: las autoridades de la Universidad de Milán-Bicocca, Italia, prohibieron a un profesor dar un curso sobre Fiódor Dostoyevski, uno de los más grandes escritores de todos los tiempos, fallecido hace más de 140 años.
Otro ejemplo de este sentimiento es el del famoso director de orquesta Valery Gergiev, quien primero debió renunciar por presiones a su cargo como director musical del Festival de Verbier, en Suiza, y al cabo de unos días fue cesado como director titular de la Orquesta Filarmónica de Múnich.
Además, Anna Netrebko fue vetada en la Ópera Estatal de Baviera y en el Liceo de Barcelona, en este último caso junto con el pianista Denis Matsuev. El Teatro Real de España y la Royal Opera House de Londres, cancelaron el Ballet Bolshói; y la Orquesta Filarmónica de Cardiff, Gales, retiró la Obertura 1812 de Tchaikovsky de un concierto, entre otros casos.